Angustia sobremanera lo que ocurre en nuestro país. Las escusas en el marco de “es un fenómeno mundial”, “hay más violencia en Londres que en Cancún”, “el paisaje de las playas con militares genera seguridad, hasta los turistas los buscan para tomarse algunas ‘selfies”, entre otros desafortunados enunciados, son sólo eufemismos de una realidad aplastante que, efectivamente responde a una lógica global, pero, que no dejan de alarmar a quienes se convierten en víctimas colaterales del ejercicio del “nuevo orden mundial”.
Es demasiado poder el que está en juego, pero, sobre todo, demasiadas vidas y dignidades que quedan regadas en el ‘campo de batalla’ en el que se han convertido las calles, los lotes baldíos, las casas de las personas; el Xibalba a través de sus umbrales, los cenotes…
Más allá de esta triste realidad, nos hemos convertido en la sociedad animal más solitaria, pero codependiente al grado que preferimos la compañía de una mascota antes que luchar por recuperar la dignidad de ser humano; atesoramos las redes sociales por encima de la convivencia social –contradictorio, ¿no es así?; le otorgamos todo el valor a un objeto: un carro, una motocicleta, una pantalla, un celular por cuya posesión nos hemos convertido en asesinos despiadados.
Eufemismos mojigatos que condenan al fumador, pero son consumistas dependientes de cualquier producto; señalan al violento, pero acumulan el odio emanado de sus juegos de video temáticos de épicas batallas y manejo de complejas armas virtuales; se dicen sorprendidos de las estadísticas sobre violencia, pero son adictos a las fotografías de cadáveres y escenas violentas.
Lo patético del caso, es que esta tensión social, violencia y deshumanización sí tiene una razón de ser: el consumismo ramplón. En los Estados Unidos, quienes han adquirido conciencia sobre hechos innegables como el daño que produce comer productos procesados (más graves que fumar muchas cajetillas de cigarrillos); aquéllos que saben que las asociaciones de ‘lucha contra el cáncer’ están patrocinadas por empresas que producen alimentos potencialmente cancerígenos, etcétera, ellos son catalogados como “terroristas” y ‘ajusticiados’ por el propio Estado.
La próxima vez que se disponga a disfrutar de una enorme pizza, piense en que el contenido de pus de la leche con la que se manufacturó ese queso es regulado, no restringido; que los químicos y desperdicios con que se manufactura su salami y la basura con la que alimentaron a los cerdos; el trigo transgénico de la pasta y el alimento de las vacas y los cerdos contenidos en esa piza, es lo mismo que está usted llevando a la boca de sus hijos, a quienes la publicidad les ha enseñado que una persona de bien tiene la obligación de consumir, periódicamente, una pizza.
Falacias, eufemismos, mojigateces. Buonanotte.