Desde ahora puede apuntarse el principal riesgo: incredibilidad. Los comicios de 2018 llevan desde ahora el estigma de la institucionalidad facciosa, de la organización y el juzgamiento bajo muy fundada desconfianza y el riesgo adelantado del fraude, la imposición y las complicidades cupulares.
A un año del arribo ciudadano a las urnas para una contienda cantadamente reñida, histórica por las consecuencias que se derivarán de su desenlace, el Instituto Nacional Electoral, bajo la deficiente presidencia de Lorenzo Córdova Vianello, no ha podido acreditar independencia de criterio ni calidad operativa. Todo lo contrario, el funcionamiento de ese órgano clave es caldo de cultivo de la desconfianza ciudadana y del beneplácito de los partidos concurrentes en la designación de sus consejeros (PRI, PAN y PRD que, como en los demás organismos “autónomos”, se reparten las designaciones de esos funcionarios a título de botín).
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación está en similares condiciones de sumisión que el INE, el control de los medios masivos de comunicación se ha fortalecido significativamente y las estrategias de defraudación electoral han llegado a niveles siniestros y retadoramente descarados (el Estado de México, su máxima, pero no única proclamación reciente), como un claro adelanto de lo que está en curso a doce meses de distancia.
López Obrador es el delantero, desde ahora y conforme a una tendencia largamente sostenida en encuestas de opinión (que, en un juego ya conocido, se “legitiman” para posteriores evaluaciones adversas, pues fueron “reconocidos” sus datos cuando favorecían al tabasqueño). Esa condición de puntero es favorecida por el hecho de que no existen, a la fecha, candidatos de ninguno de los principales partidos en su contra, el PRI y el PAN, ahora éste en un controvertido proceso de construcción de una alianza con un disminuido PRD.
En el PRI se realizará el mes próximo una asamblea nacional rumbo a la cual la corriente de Peña y Videgaray fomentan la figura del candidato “simpatizante”, que favorecería expresamente a José Antonio Meade Kuribreña, y la mínima exigencia de militancia partidista y experiencia en cargos de elección popular, lo que ayudaría a Aurelio Nuño y a José Narro.
En el PAN se libra el desgarbado intento de Felipe Calderón por darse continuidad (en una gira de Margarita Zavala por Yucatán, Calderón apareció retratado a bordo del autobús de campaña, como si fuera el poder tras el asiento), frente al resto de los precandidatos que parecen poco dispuestos a ceder ante las pretensiones de la pareja con ambiciones transexenales.
Ningún proceso interno de postulación de candidato a gobernar ha tenido Morena, en su corta vida, con cartas tan competitivas como las que este fin de semana se colocaron o recibieron la indicación de colocarse abiertamente sobre la mesa en la Ciudad de México.
Por orden alfabético: Batres Martí, un cuadro forjado en la izquierda plena, quien fue secretario de desarrollo social con Marcelo Ebrard, presidente nacional de Morena (aunque el liderazgo real siempre lo ha ejercido Andrés Manuel López Obrador) y, actualmente, dirigente del mismo partido, en la Ciudad de México; Monreal Ricardo, forjado en el priismo y caminante interpartidista, quien fue gobernador de Zacatecas, ha pasado por las dos cámaras del poder legislativo federal y actualmente es jefe de la difícil delegación Cuauhtémoc; y Sheinbaum Claudia, académica e investigadora de la UNAM, con alta calificación profesional, ha sido secretaria del medio ambiente en administraciones perredistas y actualmente es jefa delegacional en Tlalpan.
Cualquiera de ellos tendría una votación cuantiosa como candidato a suceder a Miguel Ángel Mancera, pues Morena ha consolidado una vocación política a su favor en la capital del país que, a estas alturas, parece difícil de desbancar por los demás partidos, incluso si estos realizaran alianzas como la que pretenden tejer PAN y PRD, con la Ciudad de México como pago por la cesión de la candidatura presidencial en favor de alguien de blanco y azul.
En este primer pulso interno, la delegada Scheinbaum parece asomar con preferencias cupulares: tres de sus cuatro homólogos restantes le reiteraron su apoyo en un acto sabatino, dos de manera presencial (el de Tláhuac, Rigoberto Salgado y el de Xochimilco, Avelino Méndez) y, ausente por razones de enfermedad, el de Azcapotzalco, Pablo Moctezuma Barragán. Tampoco estuvo Monreal, quien a su vez ha presentado un libro, al igual que Batres, para dar pie a concentraciones y apoyos en sus aspiraciones que, por lo demás, serán resueltas mediante una encuesta de opinión que realizarán los directivos de Morena.
Violencia desbordada en varias entidades al mismo tiempo, como no se tenía registro. Treinta personas fueron asesinadas en menos de 24 horas en Sinaloa, 19 de ellas en un mismo suceso. En Baja California Sur, específicamente en La Paz y Los Cabos, murieron ocho personas de forma violenta. En Chihuahua, tanto en la capital como en Ciudad Juárez, hubo trece asesinados en tres días. En Tamaulipas, Guerrero, Quintana Roo y otras entidades, la incidencia delictiva también está desbordada.
En dicho descontrol generalizado está presente el factor de las pugnas y los desajustes políticos. En entidades donde el PRI perdió la gubernatura (como Tamaulipas, Baja California Sur y, sobre todo, Chihuahua), el apoyo de las fuerzas federales a los problemas estatales ha estado sujeto a un regateo que parece deseoso de “exhibir” la incapacidad de los gobernantes no priistas. En Sinaloa, la imposición del priista Quirino Ordaz Coppel, un gobernador con experiencia y fuerza política endebles, ha permitido que la guerra entre cárteles, luego de la caída de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, esté afectando directamente a la población civil y que la cuantía cotidiana de los muertos y ejecutados sea creciente. ¡Hasta mañana, en esta columna cuyo autor considera como premisa definitoria la preservación de La Jornada, sobre todo en los tiempos difíciles que se viven (y los que vendrán)!