26 millones de mexicanos o más, están contentos, en regocijo, tras el triunfo de la democracia en nuestro país. Es un sentimiento de felicidad, que para muchos, se asemeja al de júbilo cuando la selección mexicana le ganó a Alemania.
Otros muchos, dicen que fue casi como encomendarnos a un santo, y palpar el milagrito; y es que se tiene la confianza, que al realizar este cambio radical de gobierno, se podrán palpar los beneficios, y ya no será para unos cuantos.
Aún retumban las frases emitidas por Andrés Manuel López Obrador: “Primero los pobres”; “Cada mexicano va a poder trabajar en su lugar de origen y ser feliz”; “Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho”; “Los tres principios básicos: No mentir, no robar y no traicionar al pueblo”.
Andrés Manuel López Obrado, ha sido electo con un porcentaje superior al 50 por ciento de la votación, situación que no se daba desde 1982, cuando Miguel de la Madrid Hurtado resultó triunfador de la elección en condiciones similares. En cuanto a la fuerza en el Congreso de la Unión, Morena alcanza mayoría en ambas cámaras.
Sin duda, este resultado y la participación masiva, responde al hartazgo de la sociedad hacia el gobierno y las instituciones. Y es que los mexicanos hemos visto reducidas en las últimas décadas las oportunidad de desarrollo y crecimiento, mayor pobreza, condiciones de subsistencia muy bajas, la carencia de servicios médicos, educativos, agua potable, para la mayoría, en peores condiciones para enfrentar la vida. A eso le sumamos la inseguridad, la impunidad y la corrupción que han llegado a niveles insostenibles, llevaron a la sociedad a salir a las urnas, y votar por un proyecto que por más de 18 años ha sembrado esperanza en millones de mexicanos.
En esta elección, también quedó claro que los partidos abandonaron sus bases y estructuras y llegan a los niveles más bajos de sus historias; sin representatividad y liderazgo.