La diputada federal Patricia Sánchez se resbaló con sus ansias futuristas y trató de meter, en el momento más inoportuno, al gobernador Carlos Joaquín (y a todos sus aliados) en la prematura disputa panista por la candidatura presidencial.
Fuera de tiempo y de formas porque lo hace apuntando su crítica con los mismos argumentos maliciosos de quienes cubren su retirada, tratando de salir impunes, con alegatos distractores y cortinas de humo, después de que dejaron al estado saqueado y con un tiradero infame. Lo sorpresivo del hecho hizo decir al gobernador que era una reacción por los intereses que se están afectando con el cambio y eso es lo más delicado de este desencuentro. Más que imprudente, prestarse a ese juego público (voluntariamente o no) es un acto irresponsable viniendo de alguien que sabe que en política “el momento” es tan importante como los hechos mismos.
Los grupos de interés que están siendo desplazados cubren su huida con una compleja y costosa estrategia mediática que va desde gritar “al ladrón” señalando hacia los recién llegados, hasta desviar la atención con señalamiento distractores sobre la personalidad, vida y milagros de los mismos o con cualquier otro tipo de nimiedades llamativas. Explotan a su favor lo ya sabido: en un proceso de cambio drástico, con aliados múltiples, cada quien aspira a lo que supone éste debe ser y a la hora de los hechos inevitablemente surgen decepciones. Para desmontar esta estrategia se requiere una acción comunicadora de mayor magnitud en sentido inverso, pero sobre todo que el nuevo gobierno se asiente, alcance sus primeros resultados y realice los ajustes necesarios en el camino. Estamos en el inicio de esa etapa, turbulenta como todo despegue.