El periodismo fue –o es aún, por algunos- considerado el Cuarto Poder; denominación que equipara su influencia con la del Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Y no es para más ni para menos, ya que el pulso de ciertos personajes que ejercieron esta profesión fue pieza clave para impulsar, apoyar o hasta derrocar gobiernos, en México y en todo el mundo.
Hoy, en Quintana Roo, estamos atravesando la transición de poder en dos niveles de gobierno, siendo la más delicada y significativa la del estatal. Y es que la actual administración, encabezada por Roberto Borge Angulo, se caracterizó por echarse como enemigo al comunicador que no simpatizaba con sus formas.
Ahora, a prácticamente un mes de la entrega-recepción, el panorama es más que claro: los que alguna vez fueron “amordazados” y mandados hasta abajo, ahora han nadado hasta la superficie y piden un cupo en el barco que comandará el gobernador electo, Carlos Joaquín González. Piden –tras años de silencio- poder ejercer su labor de forma cabal nuevamente, y que los que gozaron de excesos, lujos e impunidad sean medidos con la misma regla con la que está siendo medido Borge Angulo, quien fuera su principal aliado hace casi dos meses; cuando todos daban por hecho que el candidato priísta, Mauricio Góngora Escalante, mantendría la hegemonía partidista en Quintana Roo.
Lo anterior también ha causado una especie de “canibalismo” entre el gremio (no escribo periodístico, porque algunos ni lo son). Se han comenzado a pedir tanto “cabezas” como “huesos” a Joaquín González, aunado a que éste todavía no ha asumido el poder ni se ha instalado en Casa de Gobierno (si no es que alguien se la vende, como lo pretende el gobernador veracruzano Javier Duarte).
Sin aviso, pero con preámbulo, han aparecido personajes que se empecinan por conseguir la simpatía del gobernador electo y también los que se encargaron de “golpearlo” durante años, pero –por obra del Espíritu Santo- han abierto los ojos, encontrando así el más sincero arrepentimiento y la búsqueda de redención.
El que esté seguro de la calidad de su trabajo no debe preocuparse. El que fue derecho, objetivo, honesto e imparcial no tiene nada a qué temer. Aquel que mantuvo su pluma y su voz al margen del profesionalismo, manteniendo su prestigio, lo podrá seguir ejerciendo, en este gobierno y en el siguiente.
El dinero puede comprar papel, equipo e instalaciones; en cambio, la credibilidad es algo que se gana haciéndose de un nombre y dignificando la profesión bajo códigos de ética. Y eso, señores, es algo que no se compra… ¡Se gana!