He aquí navegando en las turbias aguas de los partidos políticos, con siglas nacionales que ya no convencen al electorado porque ya no tienen credibilidad; una y otra vez, han pedido el voto comprometiendo mejores condiciones de vida para los ciudadanos, y es más de lo mismo, una vez instalados en las posiciones para los que fueron electos, olvidan las promesas de campaña y se dedican sólo a su beneficio particular.
Quintana Roo, pese a su juventud como entidad federativa, y a su riqueza natural y vocación turística, no ha sido la excepción; los embates de la corrupción lo han sumido en una fuerte devaluación en su desarrollo integral, generando una gran desigualdad entre el norte y el sur del estado, entre la zona urbana y la rural, entre las áreas para el turismo y la urbana popular. Gobiernos van y vienen de los 3 ámbitos, de diferente filiación política partidista, y el retraso y desatención es mayor.
La participación política de los partidos se ha reducido a la rentabilidad económica de sus siglas, desde la obtención de sus prerrogativas (ahora será por cada sufragio que obtengan), la compra-venta de candidaturas para los comicios, la repartición de posiciones de poder en el caso de alianzas o coaliciones, y la obtención del botín público cuando se gobierna.
El ciudadano, el electorado, hoy día, no tiene opción que le garantice el bienestar común (el sentido común de la política), ni la adecuada y honesta aplicación de sus impuestos, ni mucho menos la generación de oportunidades de desarrollo personal y social, con acciones y obras de gobierno que atiendan la problemática y necesidades ciudadanas.
Del escenario de los partidos políticos en Quintana Roo. Un PRI atasca do en los sedimentos marinos de la corrupción, que aún con los hilos de la impunidad felixista-borgista que le queda, busca reposicionarse en las elecciones del 2018. Un PVEM, que ha tirado anclas en Cancún en busca de tocar tierra firme en Quintana Roo, ante su naufragio en Chiapas; otrora bastión del “niño dinosaurio”, Jorge Emilio González. Una alianza PAN–PRD que intentará mantenerse a flote como gobierno y como opción política, en busca de que sus partidos en lo individual tengan mejores cartas de navegación.
Un MORENA que muestra un músculo cualitativo, pero sin estructura cuantitativa en la entidad, y con tres corrientes disputándose el control en el CEN del partido: la base dura, los auténticos morenistas; el Club de “Toby” del delegado en Quintana Roo, José Luis Pech; y los ex priistas trasnochados que intentan posicionarse por asalto de los cargos de elección popular. Un PES que navega hacia el mejor postor en busca de mejor posicionamiento. Un PT que se embarca con restos políticos y por añadidura se condena al hundimiento. Un PANAL sin registro que le sigue apostando a la dádiva magisterial. Y un Movimiento Ciudadano sin registro, que sale a flote a ver qué logra pescar.
Y el ciudadano, el elector, sin una opción real que garantice sus intereses sociales. Sólo le quedará confiar en el perfil y en la personalidad de los candidatos.
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