En una revisión general de las opiniones informadas y de las previsiones electorales difundidas en los medios nacionales al cierre de las campañas, confirmo que este domingo el PRI se quedará por debajo de sus optimistas expectativas de ganar, al menos, nueve de las doce gubernaturas en disputa. No hay coincidencia absoluta en cuales serán y cuantas, pero es un hecho que tendría que forzar (o torcer) demasiado las tendencias para alcanzar su objetivo.
Existe un amplio rango de incertidumbre en varios estados. Quintana Roo es uno de ellos. Las encuestas nacionales más publicitadas apuntalan al candidato oficialista a la gubernatura con márgenes variados; pero a la vez reconocen que el voto de castigo puede manifestarse tajante para dar el triunfo a la oposición.
En el papel, la contienda se perfila para que el próximo domingo sea una llegada tipo hípica de fotografía. En los hechos, puede caer contra el sistema la avalancha del desquite. En un estado donde unos y otros, conscientes o no, cuidan la imagen pública que se proyecta hacia su exterior, no podíamos esperar otra cosa como atmósfera de la competencia. Después de un gobierno sobrecargado de tensiones y presiones lo que predomina es la prudencia y eso evita que haya predicción certera. Todo se ha ido a la definición el día de la elección.
El primer escenario sucederá si la participación es baja, como en elecciones recientes, rondando entre 35 o 40 por ciento de votantes. El segundo depende de que la mitad o más acudan a las urnas.
En lo que queda por hacer esperamos que nada se salga de la legalidad y de la legitimidad. Es tarea del arbitro que funcione. Pero, sobre todo, el futuro esta en manos de los electores.
