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noviembre 27, 2024

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El fruto precioso (Segunda parte)

Este Año Jubilar Eucarístico es una gran oportunidad para unirnos más como Iglesia particular y fortalecer nuestra identidad. Así como el Estado de Quintana Roo, nuestra Prelatura de Cancún Chetumal está conformada por gente procedente de muchas partes de México y de otros países.

Pero la diversidad de procedencias, tradiciones, carismas no debe ser un obstáculo a la comunión, sino una riqueza que se integran en la unidad y en la armonía eclesial.
Todos los que recibimos un mismo Cuerpo de Cristo nos hacemos uno en Cristo Jesús. Vivimos esta unidad como los primeros cristianos que como un solo cuerpo y una sola alma, lo compartían todo y eran asiduos a la oración, a la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan.

21.- Queridos hermanos dentro de tres años celebraremos un gran acontecimiento de gracia.
Preparémonos desde ahora  para vivir este gran acontecimiento llenos de fe, de esperanza y amor. Se trata no solo de un momento simbólico por ser las Bodas de Oro de esta Iglesia particular sino que también estamos en  la perspectiva de una nueva etapa, se abre un nuevo horizonte en el caminar de nuestra Iglesia particular. Somos una Iglesia joven en marcha misionera y en camino a una nueva etapa de madurez eclesial y pastoral.

La madurez eclesial consiste no solo en tener completa toda la estructura de una iglesia particular sino también la madurez en la comunión eclesial.
Hacer de nuestra Iglesia particular la casa y escuela de la comunión es el gran reto que tenemos por delante. Por las circunstancias de crecimiento acelerado y de destino turístico muy exitoso la gran mayoría de nuestros sacerdotes proceden de muy diferentes estados de la república mexicana y también varios de diversos países del extranjero.
Cada uno trae su historia, su formación, su cultura, sus tradiciones y devociones.

Pero Dios nos ha llamado a todos a ser uno en Cristo y nos ha encomendado pastorear esta querida porción de su pueblo. Tener madurez eclesial en la comunión  es  -como dice el Papa San Juan Pablo II- saber acoger a mi hermano como un “don para mí”.

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