Las reformas peñistas hacen agua y el presidente lo sabe; cuando menos sus cercanos colaboradores porque ya no sabemos, en realidad, quien lleva la batuta, esto es si los mandos militares o el petí comité de Los Pinos. Al no funcionar y ser marginadas –como sucedió con las nuevas normas educativas en Oaxaca en donde todo se concentró en el dinero amafiado–, han revertido contra los mismos autores de ellas. Díganme cómo le está yendo a Luis Videgaray Caso, ahora canciller, dueño de una espléndida casona en Malinalco, antigua tierra de los guerreros águilas.
No se diga la referente a los energéticos cuando los precios del petróleo continúan su descenso imparable, ni la de Telecomunicaciones con réditos exclusivos para quienes controlaban ya el mercado masivo, desde Televisa y TV Azteca hasta Carlos Slim Helú, otro presidenciable enfermo; si el golpe era para ellos, francamente no sirvió para maldita la cosa. Al contrario: la fuerza adquirida por tales grupos es infinitamente mayor… aun cuando se diga que en 2016 y 2018 sus influencias mermarán. No parece que será así.
Y es que, claro, es imposible gobernar a una nación profundamente herida, cuyo duelo se extiende cada día aun cuando no tengan los actos de violencia la misma repercusión de los sucesos en Tlatlaya –cada vez más ruidoso– e Iguala y Cocula. Peor cuando el ejército, de plano, comienza a adelantar que no le será factible asegurar la realización de los comicios de julio en algunas de las entidades de alto riesgo de la República. ¿Tendrán en estas condiciones alguna legitimidad los supuestos vencedores aún con el aval del Tribunal Electoral, si las impugnaciones llegan a esta instancia como es fácil suponer, y de un gobierno federal sin prestigio?