A fuerza de tanto uso cotidiano los juegos de palabras pueden engañar a nuestros sentidos extraviándonos de su verdadero significado. Está científicamente comprobado, con fórmulas muy precisas, que combinar la pólvora con la chispa es tan real como los intentos de derrumbar fortalezas a punta de cañonazos. Sin embargo nosotros, tan tradicionales y costumbristas irreflexivos, nos podemos referir a esa mezcla explosiva como “fuegos artificiales”. Hasta que la prueba empírica nos demuestra lo contrario.
Igual de engañosa puede ser la percepción que nos hacemos del mundo cuando pretendemos conocerlo simplemente porque nos exponemos a los chispazos informativos que, por su naturaleza, suelen ser inconexos entre sí. La primera imagen que vi de los destellos y el humo expansivo fue de muy corta duración (a modo de GIF) en una página web de noticias. Me pareció escena conocida, aunque no vivida, porque esas cosas suceden algo lejos; en la mítica Siria por ejemplo. ¿Qué otra cosa podría ser? La humanidad, como siempre, tan autodestructiva desde que Prometeo tuvo el desliz de poner en sus manos la flama incandescente.
Fue en un segundo momento, por comentario ajeno, que pude ubicar el punto focal de los estallidos más cerca de mi cotidianidad y fuera de toda mitología: Tultepec, ¡otra vez! La necia manía de mercadear a mansalva con el fuego festivo. Al cabo que es artificial hasta que, repito, demuestra lo contrario.
No por casualidad ha circulado durante estos días una campaña improvisada en las redes sociales por parte de quienes piden que se termine con el uso de la pirotecnia como instrumento para los festejos. El drama de Tultepec parecería ser una sobradísima razón justificante.