Aquel que haya creído que el gobierno de Carlos Joaquín González iniciaría sobre terciopelo y oropel habrá pecado de iluso, de ingenuo, sobre todo por la forma en que se dieron las cosas, en las que el gobernador ganó a un equipo enquistado en el poder que se mantuvo, al menos cinco años, cerrándole todas las puertas, boicoteando todos sus actos en la entidad.
Y aun cuando el mismo Carlos Joaquín González descartó un posible complot en su contra por la invasión masiva de terrenos del IPAE registrada ayer en Tulum, justo a una semana de tomar posesión como Gobernador de Quintana Roo, lo cierto es que el equipo perdedor es capaz de esto y mucho más.
Zancadillas, apretones y golpes de este tipo habrán una y otra por parte de aquellos que aún no digieren su triunfo, por parte de aquellos que tenían todo planchado para seguir saqueando al estado, y por parte de aquellos que quieren recuperar al poder sin importar consecuencias.
Hoy el gobernador trata de bajar el balón a través del diálogo, pese a la flagrante violación a la ley. Sostiene que no permitirá la ocupación ilegal de tierras, pero no ocupa a la fuerza pública, sino que decide hacerlo a través del diálogo y la concertación, a diferencia de su antecesor.
Es evidente el interés del mandatario por evitar a toda costa el que se le vea como un gobernador represor, y opta estirar la mano en señal de paz.
Afirma que ya están identificados los líderes de esta ocupación ilegal de tierras, aunque a pregunta expresa sobre si esta gente estaba siendo alentada por los ex gobernadores Félix González Canto y Roberto Borge, dijo que no se puede hablar de un complot.
Y quizá sea cierto, no se puede hablar de un complot, pero tampoco se puede tapar el sol con un dedo.