Suegras, cuñadas y comadres. Una semana después de los hechos sangrientos ocurridos en Playa del Carmen y en Cancún, hoy ambas ciudades están plagadas de agentes de la Policía Federal.
Y no es que yo haya hecho nunca algo malo, pero no sé porque siempre que veo a agentes policiacos me siento más perseguida que cuidada, más insegura que protegida y me pongo más nerviosa que tranquila.
El hecho es que hoy en estas dos ciudades, si levantas una piedra de ahí sale un agente, están en todas partes, lo que espero que inhiba y ahuyente a los delincuentes, a los de las balaceras y a todos los malandros en general.
No sé, me imagino que mucha gente ya está, de alguna manera, más acostumbrada a los hechos violentos, dependiendo de su lugar de origen; pero para quienes somos pioneros de Cancún esto es totalmente nuevo y nos alerta quizá más de lo debido.
Como todos saben, esta destino turístico vivió en total tranquilidad durante muchos años. Una persona podía salir a caminar en las noches con plena seguridad e incluso dejar abierta la puerta de su casa, para ventilarla, sin peligro ni riesgo alguno.
Pero hoy la corrupción que se ha dado en esta ciudad, en donde los gobiernos municipales se han dedicado a modificar usos de suelo para permitir su crecimiento desenfrenado, está cobrando la factura.
Cancún es ya una muy grande que lamentablemente presenta vicios y problemas de una localidad que no fue cuidada y que por el contrario, fue arrojada para satisfacer intereses personales y de grupos.
Hoy, mucha gente buena que creó la ciudad, que nació y creció en Cancún y que está acostumbrada a vivir en paz, busca mudarse a otro lugar, dejando esto que fue un paraíso en manos de hampones.
Terrible y decepcionante.
