En las últimas semanas la audiencia ha quedado como observadora de la guerra sucia entre los candidatos punteros a la gubernatura de Quintana Roo.
Esta guerra escala en proporción directa al autoritarismo y la prepotencia del gobierno o los partidos políticos que la emprenden, ya que, contraria a las prácticas democráticas, opta por la fuerza y no por la razón.
Los medios de comunicación que son usados como armamento en esta guerra se distinguen por ser, de igual forma, prepotentes; enfocados en la violencia y la polarización, la descalificación sistemática del otro, la basurización y cosificación. Esos frentes noticiosos embonan perfectamente con los gobiernos y políticos autoritarios.
Un ejercicio ciudadano es, en esta etapa del proceso electoral, observar a esos medios porque serán los canales de información con los que el candidato asentará, si es elegido, su gobierno.
Si vence la guerra sucia, cuyo saldo siempre es un mayor abstencionismo, el riesgo para la ciudanía es que se legitime y refuerce un sistema de injusticia, intimidación, corrupción e impunidad.
Si vence, se habrá confirmado que estamos ya en una especie de Síndrome de Estocolmo, reforzando y legitimando a nuestros propios eventuales verdugos.
Si gana la guerra sucia y, por lo tanto, el abstencionismo, tendremos que gestionar con mayor fuerza la creación de un Observatorio de los Medios que, así como el Observatorio de la Violencia, estudie el papel que tienen los medios en la descomposición social; que aporte soluciones y que restituya a la audiencia –la ciudadanía- el derecho a la información y a la libertad de expresión en Quintana Roo, desde un enfoque de derechos humanos.
