Declaraciones y Resoluciones de la ONU desde finales de los años noventa proponen asumir la paz como cultura.
La humanidad debe poner freno no sólo a las guerras y conflictos militares sino a la violencia como forma de enfrentar controversias y conflictos en todos los niveles de la vida.
La más frecuente es la violencia dentro de las familias; la más íntima y, por tanto, la más difícil de detectar e inhibir socialmente.
Es la violencia como cultura.
Así, la cultura de la paz consiste en “una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen los conflictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el diálogo y la negociación entre las personas, los grupos y las naciones.”
A partir de esta iniciativa internacional, ha ido avanzando progresivamente la corriente que propone interiorizar individual y socialmente los valores de respeto, tolerancia, diálogo y negociación, según se desprende de un análisis de la organización Human Security Project.
Sin embargo, ¿cómo hacer predominar esos valores en contextos sociales como el nuestro en que, sin guerras formales, uno de los principales índices de víctimas de la violencia proceden, precisamente, de los propios hogares?
En México la violencia intrafamiliar predomina y tiene como principales afectados a niños y mujeres.
Se dirá que la respuesta está en resolver asuntos estructurales y hay razón.
Pero una cultura que se aprende también se desaprende y ese eje se puede atacar desde la educación.
Una educación para la paz bien planeada en contenidos, principalmente para los niños de hoy, sería un buen principio.
El concepto y sus valores, tal como se recomienda, deben ser incorporados en nuestro sistema de enseñanza.