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noviembre 27, 2024

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Don Nassim

Isabelita, Isabelita… me decía con esperanza de hacerme entrar en razón. Divertido, cariñoso, disfrutando de lo que debía, institucional como era, cuestionar. Fui, siempre, una privilegiada por su amorosa mirada, por su paciencia, por su calidez, pero sobre todo por su confianza.
Don Nassim ya era el gran hacedor de la política mexicana cuando lo conocí, joven e indocumentada que se quería comer el mundo. A su mesa, a su tienda, a su bienhechora sonrisa acudí por casi cuarenta años. Y, también, a veces le llamé. Pocas porque era mejor la peregrinación a su reino.
Fue tan generoso conmigo que me da pena decirlo. No solamente por pagarme el café, regalarme perfumes, invitarme a su hotel o ir a mi boda vestido de fiesta, sino por la palabra. Por la bienhechora palabra sin dobleces, sin otras intenciones, sin más que su autenticidad.
Fui a invitarlo cuando Mario Villanueva me pidió que organizará las jornadas “ecológicas” de Quintana Roo en Nueva York, hace cientos de países, tantos años. Y me dijo que no iría. Pero yo supe que debía ir, que quizás en el último momento… Y como la cena de inauguración era de gala, en aquel World Finantial Center, frente a las Torres Gemelas, fui a alquilarle días antes, porque fue, obvio que llegó, varios esmóquines, varias tallas, varios modelos con todos los accesorios… para que pudiese elegir, si quería, claro, con él siempre todo fue si quería…
¿Y qué quería Nassim Joaquín? Difícil imaginar en estos tiempos un hombre con tan pocas ambiciones personales. Tan gozoso de lo inmediato. Tan simple en sus querencias. Lo que algunos nombran “un hombre sencillo”.
Ahí están los gritos de Villanueva a su llegada a Nueva York, pidiendo que le quitase su cuarto para dárselo al dueño de Novedades… y yo negándome, como si fuese una blasfemia, quién osaría despojar a Nassim Joaquín de algo…
Casi siempre hablamos de política. Y, también, de las traiciones de la política. De lo que las frecuentes deslealtades, no necesariamente hacía él, le molestaban. Algunas veces de Líbano, a donde yo había viajado buscando los fantasmas de mis ancestros. Otras de los chismes inmediatos, de la política nacional que le era tan presente como la local.
Es irrelevante decir que Nassim Joaquín era una institución. Parecería lugar común. Era, fue siempre un hombre magnifico. Magnificente. Luminoso. Amable. Sencillo. Confiable.
Es decir, todas las cualidades que parecen olvidadas.
Fue, también, un hombre que supo siempre cuál era su lugar en el mundo. Qué debía hacer por ese “mundo” que le correspondió. Que enalteció su responsabilidad humana.
Lo conocí, como todos, en Cozumel, debe haber sido 1978. Es decir, hace casi 40 años. Lo vi indignarse, enojarse, varias veces en esos años. Pero, sobre todo lo vi disfrutar su historia. Lo vi protagonista de su vida como pocos, tan amoroso con los suyos, tan volcado a su pueblo, tan pleno de privilegios que parecía no necesitar sino compartir. Porque, tan singular, fue un hombre generoso que siempre compartió.
Basta decir que lo quise. Siempre. Que al escribir de él recuerdo, con lágrimas, su voz diciéndome isabelita, isabelita como si yo no tuviese redención, como si estuviese de mi lado a perpetuidad.
Se cumple un año de su muerte. Da igual. Para mí, como para muchos, a don Nassim se le conjura en presente, siempre en presente…

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