La democracia es un juego de fuerzas de poder donde se habla de una supuesta libertad de elección, donde cada uno de los individuos de una sociedad tiene no solo la capacidad de elegir sino el supuesto derecho de hacerlo. Pero la verdad es que al final gana la mayoría absoluta, quedando una masa a expensas de lo que haya decidido ese sector “mayoritario”.
Lo más interesante es que no se necesitan grandes números de votantes, con unos cuantos que supuestamente representen a las mayorías se pueden tomar decisiones que afectarán a un sector y a otro le beneficiaran.
Y entonces difícil resulta cuando la diferencia entre los ganadores y perdedores es mínima en el puntaje y peor aún, cuando sólo un número muy reducido genera cambios sobre miles ya que las cosas se ponen tensas, y entonces viene la terrible duda de si se actuó correctamente o con dolo.
La semana pasada se llevaron a cabo dos claros ejemplos de situaciones donde el poder depositado en las personas, la potestad de la democracia, marcó cambios radicales. Primeramente me referiré al famoso BREXIT, una diferencia de cuatro a cinco puntos entre los que sí y los que no marcó todo, es decir el equivalente a unos 3,800 votos a favor del NO. Y entonces el propio primer ministro del Reino Unido salió a declarar que dejará el puesto ya que no es lo que él esperaba en los resultados.
¡Waw! Es increíblemente demócrata esta situación, es realmente de nobles, de gente comprometida con su sociedad, de gente honesta con las decisiones. ¿Se imaginan que eso pase en una sociedad tan avanzada como la nuestra?
Ahora veamos la otra cara de la moneda con el acto democrático acaecido en nuestro estado.
