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noviembre 25, 2024

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Construir ciudadanía

Se acerca el día de la elección y recrudece la denuncia pública porque se han puesto en marcha las peores artes de la competencia. La palabra “fraude” contamina el ambiente como síntoma invertido de lo que debería ser una democracia estable por confiable.

Armando Tiburcio

Se acerca el día de la elección y recrudece la denuncia pública porque se han puesto en marcha las peores artes de la competencia. La palabra “fraude” contamina el ambiente como síntoma invertido de lo que debería ser una democracia estable por confiable. La explicación profunda estriba en que somos una sociedad orgánicamente débil: por una parte susceptible a la dadiva, la compra del voto y el acarreo, y por la otra a la parálisis y el ausentismo autocomplaciente con el cuento de que “todos son iguales”, dejando el espacio libre para la manipulación. La “ciudadanía” como elemento autónomo y activo es más un deseo que un hecho. Los competidores se ajustan a esta realidad, reproduciéndola, y establecen sus estrategias para aprovecharla.

La parte de la sociedad que sí está organizada influye pero aún no determina. Quienes mejor entienden su función en esta coyuntura se han concentrado en motivar la asistencia a votar como un acto básico de ciudadanía. Como ejemplo, el exitoso ejercicio de “Yo elijo votar” ha logrado poner en la misma mesa a candidatos contendientes.

Pero hay organizaciones que aún se pierden en el apuro de querer influir en la toma de decisiones por la vía de comprometerse de manera subordinada con algún partido, grupo político o líder debilitando la autoridad que debe mantener la sociedad frente al poder desde una condición de autonomía. Así vemos a Organizaciones de la Sociedad Civil enarbolando alguna bandera que termina siendo el sello que suele marcarlas en su propia contra.

Terminan quedando como furgón de cola del tren de la suerte: con suerte y gana el candidato al que se le apuesta y con más suerte les cumple las promesas estando en el poder.

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