Andrés Manuel está molesto –¿y quién no lo estaría?–, porque se le compara con el hijo de perra –el título de mi más reciente obra–, Donald Trump. Pero, la verdad, es que éste coincide en actitudes con el icono de nuestra izquierda: rechaza los términos del TLC y adelanta que los comicios serán un fraude si no gana él, con la moneda en el aire y los momios divididos y acaso en manos de quienes forman el 15 por ciento de los “indecisos”.
Lo anterior dio lugar a una consecuencia inmediata; por primera vez, López Obrador se animó a hablar de las interrelaciones con Estados Unidos y fue de lo más preciso: “No manchen; váyanse al carajo”, una reválida de aquel día en el cual mandó al demonio a las instituciones aunque luego rectificó. (Otra semejanza)
Desde hace varias semanas, en mis presentaciones públicas, les pido a los auditorios que cierren los ojos e imaginen, por un instante, estar en la oficina oval observado a Trump con sus “patas” sobre el escritorio atendiendo a nuestro Andrés Manuel. Cuando dejan la pesadilla llegan las exclamaciones, de casi todos, horrorizadas. Imagínense, como apunta el propio López Obrador, como única crítica al rapaz Trump. No profundiza, no argumenta, no expone cuál sería su vital política exterior.
No son buenas señales.
Uno de los requisitos elementales para acceder a una candidatura presidencial sería la presentación de un certificado de salud avalado por médicos no afines al peticionario. Porque resulta que quien tiene un historial cardiaco como Miguel Ángel Mancera Espinosa o el propio Andrés Manuel, no llenarían las expectativas al sufrir de constantes cardiopatías, en una edad riesgosa ante estos inevitables contratiempos.
Igualmente, los efectos de un embarazo o de una menopausia, en cuanto a las mujeres presidenciales, pueden alterar la conducción correcta de acuerdo a lo que establecen los expertos en psicología.
