El general salvador cienfuegos publicitó su malestar porque consideró que, con las críticas recibidas, no se amedrentaría al ejército: éste tiene las armas; nosotros sólo el verbo. Unos días más tarde el presidente peña advirtió que, como último recurso, podría utilizarse la fuerza porque tal está dentro de las funciones del Estado –más bien del gobierno–, interpretándose sendos asertos como veladas amenazas contra la sociedad civil y su creciente malestar.
El hecho es que también las manifestaciones pidiendo justicia están amenazadas, no sólo periodistas y líderes sociales, bajo el flagelo de los llamados “anarquistas” o “radicales” cuya presencia NO es avalada por ninguna de las organizaciones ni partidos políticos; al contrario, éstos insisten en que son “infiltrados” por el gobierno federal para deshacer marchas y plantones. Es, por desgracia, lo más probable y con ello se daría otro elemento para considerar que vivimos bajo una estructura fascista, no solamente facciosa, en la cual el círculo del poder pretende ponerse a salvo sin detenerse en el número creciente de víctimas inocentes. Pero la historia demuestra que las matanzas y las traiciones de Estado siempre revierten en contra de zares, reyes o presidentes autócratas. Es el caso.
Con lo anterior aumentan los gritos que no sólo pretenden justicia sino que exponen la salida de peña nieto como parte de ella, dada la incapacidad del gobernante para paliar los tremendos desafíos del presente. A decir verdad, en fechas recientes, la apoteosis de sus reformas –tan aplaudidas por el sector empresarial y repudiadas por los mexicanos conocedores de la historia patria–, se han convertido en plataformas de fracasos. La caída dramática de los precios del barril de petróleo refrenda el interés de los consorcios internacionales en reducir las condiciones para comprar bajo la soga del ahorcado. En este abismo nos han situado.