Los asesinos suelen ser gente normal, que pueden vivir dentro de nuestras colonias, que se ocultan bajo el formato de un habitante común y corriente: con una familia como nosotros, que se divierten y sufren igual que uno, que gustan de ir de compras, que ven televisión y escuchan radio, que fueron a la escuela, que comen y duermen como todos, que aman y tienen desamores y entonces, nos preguntamos: ¿Qué hace la diferencia?
Ciertamente a través de varios estudios, se puede llegar a establecer cuál fue el proceso que les lleva a no sentir remordimientos, ni sentimiento alguno al privar de la vida; se incuba de mil maneras: un resentimiento, un coraje, un desprecio, indiferencia, entre otros más.
Lo peor de todo, es que parece que en nuestra sociedad está pasando algo que no se ha estudiado, que no se ha abordado y que ha incrementado el número de personas involucradas en asesinatos; que debemos cuestionarnos que ha llevado a que no se cuestionen si lo que hacen está bien o no, que no sientan remordimientos, ni malestares y tengan la capacidad de anidar en su ser la ruindad, la maldad y el deseo de generar incertidumbre y miedo entre la sociedad.
Si bien en cierto que muchos de los asesinados están involucrados en actividades ilícitas, y que se podría pensar que se lo merecen, la otra cara de la moneda nos invita a realizar no sólo una investigación social por entender la corrupción misma, sino a encontrar alternativas que nos lleven a un cambios en el pensamiento tanto de los criminales que no asesinan como de aquéllos que no tienen respeto por ésta y tienen en su haber varios difuntos.
Seguridad y solución son necesarias y urgentes.