Si comenzó mal 2017, en cuanto a la política y no sólo en este renglón, los meses subsecuentes pueden ser mucho peores por la descomposición del tejido social y política y la inminencia de una crisis financiera imparable, rendido el peso ante el dólar, más bien vapuleado ante la presencia presidencial del xenófobo y fascista que gobierna Estados Unidos, y con los precios del crudo desplazados mientras se aumentan los precios de la gasolina. Una quiebra no anunciada, diríamos si se tratara de una empresa y no de una nación, que sobrelleva la tremenda afrenta de una supervivencia a cambio de jirones de soberanía… y ya quedan muy pocos.
Muchos se preguntan, con razón, como en este escenario tan adverso, brutal diríamos, el gobierno mexicano insiste en la continuidad del partido enseñoreado de la Presidencia de la República aun cuando miente, con descaro, al subrayar que nuestra economía está “estable y en crecimiento” mientras, por ejemplo, en Francia, ante la realidad, se declara una emergencia económica como efecto, entre otras cosas, del terrorismo que hizo encallar a la gran industria del turismo. Y lo mismo ha sucedido con otras naciones líderes en el mundo occidental cuyas finanzas resienten los efectos globales de la depresión que Estados Unidos intenta superar a costa de guerras en el Medio Oriente al lado de sus aliados desfalcados como los galos.
En este entorno, el año electoral que se plantea a partir de los viejos y arraigados fraudes –las truculencias durante las jornadas comiciales se han dado en el ring exclusivo de los caciques regionales, los ex gobernadores y sus títeres–, no es sólo complejo sino de alto riesgo porque el partido en el gobierno, sus corifeos e incluso sus aliados soterrados de la “oposición” –no sólo los miserables verdes situados fuera de la ley y bajo la impunidad–, parecen querer jugar con fuego y pueden quemarse… incluyendo al soberbio Manlio Fabio Beltrones.