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septiembre 24, 2024

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Archivo muerto

¿Cuánto de la memoria fílmica documentada del país se perdió para siempre al incendiarse, en 1982, la Cineteca Nacional en el entonces Distrito Federal?

¿Cuánto de la memoria fílmica documentada del país se perdió para siempre al incendiarse, en 1982, la Cineteca Nacional en el entonces Distrito Federal? Me lo pregunté en el momento y nunca lo supe a ciencia cierta. Siendo un joven fanático del celuloide simplemente me adapté a la circunstancia, frecuenté la nueva sede y continué disfrutando lo que me ofrecía. Aun así, quedó en mi interior un extraño vacío, más o menos indescifrable, que nunca antes había experimentado. Una especie de incómoda ausencia que, curiosa e inesperadamente, volví a identificar cuando empecé a perder a mis adultos viejos.

¿Qué se llevaron para siempre? ¿Cuánto de su anecdotario íntimo y de nuestra memoria familiar nunca sabremos? Con el paso del tiempo esas preguntas se fueron complementando: ¿Por qué no hurgué más hondo cuando se animaban a mencionar sus recuerdos? ¿Por qué no les pregunté de esto o aquello? Uno cree saberlo todo de todos pero en realidad es sólo una pequeña fracción que es la misma de siempre. Hasta que no hay remedio. Es una de las partes más difíciles del recuerdo. El descuido que peca de desatención y de ignorar la importancia de anclarnos sólidamente en nuestro pasado.

La memoria, la tradición y el anecdotario con que nos quedamos, en lo individual, en familia y como sociedad son, al final, las versiones que los sobrevivientes van rescatando y reinterpretando. La transmisión oral de los hechos, pasada entre generaciones, está en la base de nuestras creencias y de nuestra propia identidad como grupos sociales. Todo lo demás se va al archivo muerto. Con los muertos. Si algo puede surgir como recomendación de la experiencia, es simple: exprime con afecto todo lo que puedas de los recuerdos de tus viejos.

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