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noviembre 27, 2024

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“Agarra una pala”, exigen a EPN

Columna por Julio Hernández López

El reloj de los políticos profesionales está atrasado. Se quedó en los tiempos anteriores al sismo del pasado 19 y, aunque ahora le miren con la esperanza de que les dé la nueva hora, sólo les reporta mediciones anteriores, sin la actualización a las nuevas circunstancias.

Enrique Peña Nieto actuó ayer conforme a esa cronometría obsoleta. Lo hizo desde un museo del peor pasado, el que reconstruye a marchas forzadas Alfredo del Mazo Maza, en el Estado de México. Ahí, en Joquicingo, mientras elementos del Estado Mayor Presidencial repelían a estudiantes (de la Universidad Autónoma del Estado de México, según las primeras versiones), Peña Nieto desempolvaba una retórica casi diazordacista, incapaz de leer los nuevos tiempos.

La confrontación entre elementos del Ejército mexicano y estudiantes mexiquenses se produjo, conforme señalaron algunos de los jóvenes involucrados, cuando una persona de edad avanzada gritó a Peña Nieto “agarra una pala”, mientras éste cumplía con los rituales de la “supervisión” a conveniencia de acciones gubernamentales en favor de los damnificados por el pasado sismo. De acuerdo con tales reportes, militares maltrataron a quien proclamaba el poder pedagógico de la pala, por encima de la escenografía demagógica, ante lo cual los jóvenes, defendiendo a la persona que había gritado tan entendible consigna herramental, entraron en colisión con el grupo del Estado Mayor Presidencial.

En un país que aplaude el ejemplo de los muchos miles de ciudadanos, sobre todo jóvenes, que han tomado la pala y se han puesto a trabajar en la búsqueda de supervivientes, y con una sociedad que atestigua emocionada la profusión de solidaridad y generosidad provenientes de todos los ámbitos, Peña Nieto soltó arengas con olor a naftalina:

“A veces no falta gente que, no siendo del lugar, llegan a alterar y a provocar (¿Sólo los que son “del lugar” específico pueden protestar, aunque sean del mismo estado e incluso del mismo país?, ¿protestar, criticar al poder demagógico y defender a ciudadanos, es “alterar y provocar”?, ¿inducción al linchamiento de los “otros”, al estilo de Canoa, Puebla, en septiembre de 1968?). Lo que no se vale es que alguna gente pretenda obstruir y obstaculizar la ayuda. Es condenable las expresiones de gente que quiere entorpecer la ayuda a quien lo necesita (…) Hemos visto en las redes sociales mucha desinformación, a veces información falsa, noticias falsas que verdaderamente entorpece la labor de auxilio y apoyo de las personas damnificadas. No se dejen engañar, no se dejen confundir”.

Peña Nieto parece no darse cuenta de que el estremecimiento no fue solamente en términos físicos, terrestres, sino, también y sobre todo, políticos y sociales. Tampoco da muestras de percibir y justipreciar el cambio en el ánimo político respecto a personalidades como dicho ocupante de Los Pinos, sus secretarios de estado (en especial, Aurelio Nuño, lastimado con severidad por la engañifa de la presunta niña a rescatar, Frida Sofía), gobernadores (sobre todo, el siempre tan impugnado Graco Ramírez, dedicado a despojar a la sociedad de la ayuda particular enviada a Morelos con motivo del sismo; otro caso a la baja, Miguel Ángel Mancera), partidos y otras formas de presunta representación popular.

No hay manera de saber si la salida a las calles de tanta gente (dando un ejemplo que requiere una lectura cuidadosa, el de la generación a la que suele identificarse como millenials) habrá de significar un golpe de trascendencia al tambaleante aparato del sistema político mexicano. Nada fuerte y sostenido sucedió, por ejemplo, luego de la irrupción social a causa del “gasolinazo”, a principios del año en curso, que parecía fuego sobre pasto seco y, finalmente, quedó en una especie de anécdota preventiva.
Sin embargo, en esta ocasión, es visible una determinación crítica de amplio espectro: muchos mexicanos, sobre todo jóvenes, confirmaron la insuficiencia (por decirlo en términos suaves) de las acciones de los gobiernos y tomaron la decisión de salir a las calles, organizarse por sí mismos, conseguir material de trabajo y ponerse a hacer lo que esos gobiernos (federal, estatales, municipales) deberían realizar.

Esa movilización social significa una amenaza para el ejercicio político tal como hasta ahora lo hemos conocido. Por ello, la clase política tradicional lo confronta y pretende estigmatizarlo o diluirlo. En Morelos, en una más de las joyas de cinismo del gobernador Graco Ramírez, ha hablado de una “campaña sucia” en su contra, cuando él y su esposa han despojado a miles de activistas de la ayuda que de manera particular consiguieron para los damnificados de Morelos.
Graco, como muchos otros políticos y gobernantes, ha pretendido robar la ayuda social para convertirla en recurso electoral, en una treta muchas veces realizada por otros políticos, que atiborran de material las bodegas bajo su control, donde luego se deterioran los productos o desde donde se organizan brigadas de reparto de esas ayudas, pero a la clientela electoral del gobernante en turno, a su partido y candidatos. Ante ese evidente robo a particulares, ciudadanos se organizaron para retomar de las bodegas del DIF el material que se incautaron los esposos Ramírez, quienes pretenden dejar como sucesor en Morelos al hijo, Rodrigo Gayoso, a nombre del PRD.

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Es probable que muchas cosas cambien a partir de la toma social de conciencia que se produjo con el pasado sismo. El mapa que suponían definía una ruta electoral con claridad, ha de ser repensado y vuelto a elaborar. De golpe se reveló el gran abismo entre la sociedad civil, sobre todo los jóvenes, y un sistema político anticuado, obsoleto y dañino para esa misma sociedad. Pero Peña Nieto, como la inmensa mayoría de los miembros de la clase política, sean del partido que sean, sigue creyendo que lee la hora política al asomarse al reloj del pasado. ¡Hasta mañana!

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