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noviembre 26, 2024

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1968, 2016

Cuando aparecen los “granaderos”, blindados con escudos y macanas largas, la memoria colectiva nos arrastra hacia el genocidio de 1968, en Tlatelolco, en donde el gobierno de la República, no sólo el encabezado por gustavo díaz ordaz, perdió toda autoridad moral e histórica.

Rafael Loret de Mola

Cuando aparecen los “granaderos”, blindados con escudos y macanas largas, la memoria colectiva nos arrastra hacia el genocidio de 1968, en Tlatelolco, en donde el gobierno de la República, no sólo el encabezado por gustavo díaz ordaz, perdió toda autoridad moral e histórica. Las filmaciones del hecho, aparecidas con tardanza, confirmaron lo que ya sabíamos: se actuó impunemente contra los manifestantes aun cuando no puede explicarse que el primer caído fuera, precisamente, el general José Hernández Toledo, al frente de la soldadesca con instrucciones de proteger al execrable “Batallón Olimpia”, los del “guante blanco”. Pese a ello, perviven las dudas acerca del disparo recibido por éste en el tórax, como si el francotirador hubiese fallado.

Desde entonces, el cuerpo de “granaderos” es sinónimo de represión ciega, de fieras humanas movidas como marionetas por mandos insensibles, y nunca como custodios de un orden que comienza y termina en los intereses del gobierno y no en los de la soberanía popular, por ahora adormecida. Vamos a ver si después del 14 de octubre logramos que caiga la lamentable venda de los ojos de quienes han tergiversado los términos al grado de confundir los vocablos presidente con el de patria, sobre todo cada 15 de septiembre, otrora una festividad y ahora un recordatorio crispante por más que se intente acallar la verdad.

Desde 1968, hace ya cuarenta y ocho años, la ciudadanía exige el fin de los “granaderos”, símbolos del mayor oprobio sufrido por la sociedad desde entonces si bien en los últimos meses el ejército y las fuerzas federales han cometido genocidios repetidos desde la matanza de Tlatlaya en junio de 2014, sin que ninguna de las instancias de seguridad pública tome cartas en el asunto pese al clamor popular. Y, por ello, las hazañas de los genízaros siguen repitiéndose a la menor posibilidad: “¡chínguenlos!”, grita el mando, y como autómatas la población, casi inerme, sufre las consecuencias.

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