Germán Acosta, un argentino de 29 años de edad, intentó seducir a una niña de 11 años por Whatsapp. Compartió imágenes de sus partes íntimas con la menor, le preguntó si era virgen y trató de concretar un encuentro en persona.
La niña le siguió el juego y Acosta hizo los últimos arreglos. Le pidió a la menor que le mintiera a sus padres, que se iba a ir a casa de una amiga. La niña dijo “vale” y el pederasta le pasó la dirección de su primera cita.
Sin embargo, hubo un dato que Acosta nunca tomó en cuenta. La persona con la que tenía su conversación de Whatsapp no era una niña de 11 años. Era su padre. Cuando Walter Martin Rodríguez vio al acosador de su hija en el sitio acordado, procedió a darle una paliza.
Para fortuna del acosador, el encuentro tuvo lugar en una calle de Villa Crespo, un barrio de Buenos Aires. De haber sido en su casa, es muy probable que el señor Rodríguez lo hubiera matado, según la propia confesión del padre de la niña a un medio local.
Una vez que llegó la policía, el señor Rodríguez le tomó fotos al acosador de Whatsapp y las subió a su página de Facebook. También compartió “pantallazos” inéditos de la conversación por Whatsapp entre Acosta y Rodríguez, fingiendo éste ser su hija.
La justicia argentina puso en libertad condicional tanto a Rodríguez como a Acosta por los hechos ocurridos el 10 de febrero. Ya después deberán enfrentar los cargos en su contra, uno por lesiones y el otro por ciberacoso. Esta resolución no le pareció al padre de la víctima:
Yo declaré ante la Justicia, conté todo cómo fue, presenté las capturas de pantalla, lo que le mandaba a mi nena. No entiendo por qué lo dejaron suelto, una persona así no se merece estar suelto.
En caso de ser hallado culpable, Acosta podría ser condenado de 6 meses a 4 años en prisión. Este tipo de delito se conoce como grooming, cuando un adulto busca seducir a un menor de edad por medio de las redes sociales. No tiene más de cinco años que las leyes argentinas sancionan el delito de acoso sexual de menores a través de un medio electrónico.
FUENTE/ EL PAÍS