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El Detective Privado (2 de 4)

Francamente, terminar como cuidador de ancianas no era lo que tenía esperado, pero al llegar a mi oficina y revisar la dirección de la mujer, me di cuenta que se trataba casualmente del edificio de mero enfrente y casi en el mismo piso que el mío, de tal manera que desde mi oficina con la ayuda de unos binoculares, podría observar las actividades de la señora sin mayor complicación, emitir un reporte diario al señor Agustín e ir cobrando por mi servicio durante el tiempo que dure la “misión”, por lo que acepté la oferta.

La tarea durante los primeros días fue sumamente sencilla. Al otro día, desde el escritorio de mi oficina, abrí las cortinas y me senté a observar las primeras actividades de mi vecina y cliente. Primeramente me llamó la atención que no se trataba de la viejecilla que yo me imaginaba, se trataba de una señora madura de muy buen porte que además, por otro lado, facilitaba mis actividades, ya que ella abría inocentemente sus cortinas de par en par facilitando aún más mi labor.

Día tras día, fueron ocurriendo las mismas actividades: Al término del desayuno se sentaba en un escritorio cerca de la ventana y comenzaba a escribir en un cuaderno, dicha actividad la realizaba hasta medio día, más tarde paseaba a su pequeño perro por la cuadra, comía y dependiendo del día, realizaba alguna rutinaria actividad en forma muy metódica, por ejemplo; los martes por la tarde iba a misa, los miércoles al cine, los jueves a una clase de danzón y los viernes se dirigía a casa de alguna amiga para conversar, se trataba de un grupo de viudas que seguramente ocupaban su tiempo reuniéndose para tomar algunas taza de té. Para mí, todo esto era un buen negocio, ya que recibía mi pago puntual semanal y por otro lado, dado la lectura tan fácil del cliente, podía incluso realizar algunas actividades extras sin mayor preocupación.

Publicado por
Redacción Quintana Roo