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diciembre 23, 2024

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Roma no es tan buena como parece, es mejor

Roma, una historia cinematográfica magistral de Alfonso Cuarón, reúne muchos elementos a la vez: épicos e íntimos, míticos y mundanos. Basada en los recuerdos de Cuarón sobre su estancia en una casa burguesa de la Ciudad de México en la década de 1970, este poema está repleto de voces sensoriales muy animadas que expresan deleite, sensualidad y tristeza.

Filmado por el propio Cuarón en pantalla ancha en blanco y negro, un formato cuya estética transmite monumentalidad y permanencia a los eventos cotidianos y evanescentes, Roma consigue la rara proeza de hacer que lo personal sea auténticamente político, sin utilizar metáforas, sino simplemente observando la vida con suficiente perspectiva para reflejarla en la cinta con todas sus contradicciones.

La reflexión es el vector transversal en Roma, cuyo título es el nombre de un barrio de clase media donde Cuarón creció en la ciudad de México. Al inicio de la película toda la pantalla la ocupa un manantial de agua jabonosa que cubre el suelo de un patio; un balcón y un avión complementan la escena.

La persona que limpia el piso es Cleo (Yalitza Aparicio). Ella trabaja en la casa de Sofía y Antonio (Marina de Tavira y Fernando Grediaga), cocinando, limpiando y cuidando a sus cuatro hijos.

Las escenas iniciales de Roma muestran a Cleo en silencio durante sus las labores cotidianas, estableciendo gradualmente los ritmos de su entorno, no como se suele dramatizar o simplificar, sino como se vive.

Lo que queda claro es que, aunque Cleo y sus compañeros del personal doméstico están subordinados a sus jefes, la relación no se limita a la dinámica convencional entre poder y servidumbre. Cleo es claramente miembro de la familia. Así lo parece. Aunque su trabajo físico y emocional delatan su naturaleza laboral; en ésta subyace la explotación distraída por un afecto genuino.

Esquiva trampas

Cuarón, que proyecta en Cleo a su niñera de la vida real, podría haber elegido el típico camino de un cineasta taquillero cuyas historias presentan elevadas dosis de ternura y nostalgia de una mujer indígena que cuida a niños.

Pero Roma esquiva esas trampas, convirtiéndose en algo mucho más complejo cuando la discreta y graciosa cámara de Cuarón sigue a Cleo en un recorrido inicial sin incidentes; sin embrago, al paso del tiempo la historia acumulará tumultuosos actos sentimentales.

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Una forma en que Cuarón evita el solipsismo lo hace al mantener sus propias experiencias más consecuentes en los márgenes de la historia: la separación de sus padres la retrata de manera oblicua, a través de momentos alusivos y conversaciones a escondidas. Pero el grave impacto de ese evento impregna la película, incluso cuando la cámara de Cuarón acompaña a Cleo al cine con sus amigos, en un viaje de compras o en una fiesta en una hacienda aristocrática.

Cuarón, maestro en la construcción de entornos que transmiten volúmenes de información esenciales sobre las personas que se mueven a través de ellos, despliega aquí exquisitos detalles visuales y auditivos, a veces aparentemente aleatorios pero siempre con claridad resonante, para hacer el trabajo pesado de la trama, el diálogo y la caracterización.

Él también maneja la cámara (extrañamente no colaboró en Roma Emmanuel Lubezki), manteniéndola a una distancia respetuosa de la acción (la película sorprendentemente contiene pocos primeros planos) y moviéndola con bravura.

Muebles de su infancia

A medida que se acumulan los episodios de la vida de Cleo, queda claro que Cuarón está capturando los elementos más destacados de esta época de su vida, incluido el entorno natural, la arquitectura, la historia y la política convulsiva de la época. (Al parecer, Cuarón usó los muebles originales de su familia para decorar la copia de la casa en donde vivió durante su infancia). Algunas veces estos elementos se encuentran en la periferia de la película; a veces los pone al frente y al centro, como cuando su heroína se encuentra atrapada en una manifestación estudiantil que se vuelve peligrosamente violenta.

La mayoría de las veces los deja abiertos a una interpretación posiblemente marxista, tal vez no, como por ejemplo, durante un incendio forestal que afecta la tierra de millonarios.

Los admiradores del director verán en la película muchos homenajes a los cineastas que lo influenciaron. Uno de ellos es Fellini, que lo veremos a través de un ejercicio grupal de artes marciales y de una crítica contra el ocio (que recuerda a Rules of the Game).

Pero tal vez la referencia más adecuada al describir Roma es Guerra y paz. Como esa novela, ésta es una película que rinde homenaje a los momentos de la vida que rara vez entran en la categoría de arte puro, pero que frente a los contornos de la muerte merecen precisamente esa escala, realce y atención.

En la película se apoya una impresionante actuación natural, nada forzada; Aparicio, que fue descubierta en una aldea rural de Oaxaca, transmite a Cleo todo el sufrimiento, el amor y la dignidad que ella obviamente merece.

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Roma es una obra de arte. Algo universal pero profundamente privado.

Con Roma, uno de nuestros mejores cineastas ha profundizado en su propia experiencia para crear algo que a la vez se siente sui generis.

Premios

La película se estrena el 14 de noviembre a nivel mundial en la plataforma de Netflix. El pasado domingo ganó el reconocimiento de la Asociación de Críticos de Cine de Los Ángeles.

Obtuvo el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia y también encabezó el Círculo de Críticos de Cine de Nueva York.

Los premios de los críticos de Los Ángeles generalmente abren el camino a sus elegidas para obtener el Oscar.

Veremos si con Roma se cumple esta tendencia. Todo indica que así será.

Por lo pronto vale la pena disfrutar el concierto sensorial.

 

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Cortesía: El Economista

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