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noviembre 25, 2024

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Michelle Obama derrocha glamour

Estados unidos.- Casi dos años después de su salida de la Casa Blanca y con su libro autobiográfico, Becoming, a la venta, Michelle Obama posa para la portada de la revista Elle en su edición de diciembre como una auténtica modelo. La campaña de promoción más mediática que se recuerda de un libro ha dado para que la ex primera dama de 54 años y la presentadora Oprah Winfrey vuelvan a unirse para hablar de aspectos pasados, presentes y futuros de la vida de la esposa del expresidente Barack Obama. 

Nacida en Chicago, estados Unidos en 1964, Michelle Obama vivió una infancia modesta junto a sus padres y a su hermano mayor Craig, en un apartamento que era “tan pequeño” que lo que debía de ser la sala tuvo que ser dividida en tres habitaciones. “No había una pared real [entre las habitaciones], así que podíamos hablar a través de ellas. (…) Nos lanzábamos un calcetín por encima del panel que nos separaba, como forma de juego”, cuenta la ex primera dama de Estados Unidos.

Pero lo que ella misma llama una “vida humilde” fue sin duda para ella “una vida plena”, ya que sentía que sus padres apostaban por ellos y que les daban la libertad de ser lo que quisieran ser. “Ellos invertían todo en nosotros. Mi madre no iba a la peluquería, nunca se compraba ropa nueva, y mi padre era un trabajador temporal. Yo veía a mis padres sacrificarse por nosotros”, afirma.

Creció en un barrio con población mayoritariamente blanca, allí Michelle Obama se dio cuenta de que los prejuicios se volvían rápidamente en su contra. “Siendo una niña negra y de familia de clase trabajadora, si no demostrabas habilidades, la gente te encasillaba de inmediato como una persona de bajo rendimiento. Yo no quería que pensaran que no era una niña trabajadora, no quería que pensaran que era uno de esos’ niños malos”, dice la ex primera dama durante la entrevista. “No existen niños malos, solo malas circunstancias”, añade.

Esta determinación por demostrar su valía, la llevó a estudiar en la Universidad de Princeton y a conseguir su diploma de abogada en Harvard, antes de trabajar en uno de los bufetes más reconocidos de Chicago. Obama tenía al mundo a sus pies, pero no era feliz. Confiesa en su libro, que “odiaba ser abogada”, y admite que su camino hasta allí lo hizo por “llenar casillas”. “Sacar buenas calificaciones: check. Aplicar a las mejores universidades, entrar a Princeton: check. Completar la Escuela de Derecho: check”, relata sobre esta etapa. “No era una swerver [alguien que se desvía de las líneas rectas], yo no era alguien que fuera a asumir riesgos. Me limité a ser la persona que pensé debía ser”, admite.

Justo en ese momento en el que la abogada se encontraba en la encrucijada de su vida conoció a un joven llamado Barack Obama, alguien que era “lo opuesto a un llena casillas, era un completo swerver“. “Yo había construido mi existencia de forma cuidadosa, doblando y metiendo cada punta suelta y desordenada, como si estuviera construyendo una pieza de origami apretada y sin aire. Él fue como el viento que amenazaba con trastornar todo”, escribe en sus memorias.

Y si ahora la ex primera dama es consciente de que su matrimonio es un ejemplo de relación, ella asegura que “el matrimonio es difícil”. Particularmente, se refiere a los diferentes temperamentos entre ellos y a la necesidad de aprender el uno del otro. “Yo soy como un fósforo, ¡puff!, y a él le gusta racionalizar todo. Por eso él tuvo que aprender cómo darme un par de minutos —o una hora— antes de entrar a la habitación cuando me hace enfadar. Y tuvo que entender que no puede convencerme de que deje de estar enojada, que él no puede utilizar la lógica para que yo sienta otra cosa”, admite.

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Una de las cosas que más despiertan la curiosidad de Winfrey es cómo esta mujer a la que le gusta controlar y planificar hasta el último detalle de su vida dio el visto bueno para que su marido se dedicara a la política. La presentadora estadounidense destaca en el reportaje que cuando se rumoreaba que Barack Obama podría presentarse como presidente, él siempre contestaba: “Es una decisión que hay que tomar en familia”, lo cual se traducía a: “Si Michelle dice que puedo hacerlo, puedo hacerlo”.

“Imagina tener ese peso sobre mí”, comenta su esposa. “Cuanto más vives y lees el periódico, te das cuenta que los problemas son grandes y complicados. Entonces pensé: ‘¿Qué persona conozco que tenga las virtudes que tiene este hombre? Los dones de la decencia, en primer lugar, de la empatía en segundo lugar y una alta capacidad intelectual. (…) Tuve que quitarme el sombrero de esposa y colocarme el de ciudadana”, relata.

Como era de esperar, su estancia en la Casa Blanca tuvo sus altibajos, pero lo que más la marcó fue el constante miedo por la seguridad de su familia. Las declaraciones de Donald Trump en las que ponía en duda la nacionalidad del expresidente despertaron en la abogada un gran temor por lo que alguien pudiera hacer en su contra. “Para él [Trump] fue un juego, pero las amenazas a las que te enfrentas como comandante en jefe son reales. Tus hijos están en riesgo. (…) Fue imprudente, puso a mi familia en peligro, y no era verdad. Él sabía que no era verdad”, señala la ex primera dama.

“Durante nuestra estancia en la Casa Blanca, un lunático disparó desde la avenida de la Constitución. La bala golpeó contra la esquina izquierda de una ventana, la ventana del Balcón Truman, donde mi familia solía sentarse. Afortunadamente no había nadie en ese momento y el tirador fue arrestado, pero yo tuve que mirar el agujero de bala como recordatorio de lo que vivíamos todos los días”, recalca.

Respecto a cuando abandonaron la residencia presidencial, la ex primera dama cuenta en su libro una anécdota que resume cómo fueron esos primeros momentos: “Como primera dama, nunca estás sola. Siempre hay gente en tu casa, hay hombres haciendo guardia, personas del equipo SWAT, y tú no puedes abrir una ventana o salir afuera sin crear un escándalo. (…) Así que allí estaba en mi nueva casa, solo yo, Bo y Sunny [los perros de la familia], e hice una cosa muy simple: Bajé las escaleras, abrí mi propia cocina —algo que no puedes hacer en la Casa Blanca porque siempre hay alguien preguntándote: ‘¿Qué quiere? ¿Qué necesita?— y me hice yo misma una tostada con queso. Después llevé mi tostada hacia el patio trasero y me senté en un escalón mientras escuchaba ladridos de perros en la distancia. Ahí me dí cuenta de que Bo y Sunny nunca habían escuchado ladridos de perros vecinos. Ellos estaban sorprendidos y les dije: ‘Ahora estamos en el mundo real, amigos”.

Su transición al mundo real no es lo único que ha impulsado a Michelle Obama a escribir sus memorias. Quiere que el público entienda que su camino nunca ha sido sencillo, y que se siente orgullosa de ello. “No quiero que la gente joven me vea ahora y diga: ‘Bueno, ella nunca lo ha tenido difícil, nunca ha tenido dificultades, nunca ha tenido temores”, revela. “La gente siempre me pregunta: ‘¿Cómo eres tan auténtica?’ ‘¿Cómo es que la gente conecta contigo?’ Y creo que empieza porque me gusto. Me gusta mi historia y todos los golpes y moretones. Eso es lo que me hace ser única”, concluye.

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Créditos, El País.

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