Uno de los relatos del escritor y dibujante prusiano Ernst Theodor Amadeus Hoffmann(Los elixires del diablo) del que se guarda mayor recuerdo es El cascanueces y el rey de los ratones, que publicó en 1816, pocos años antes de su muerte. El francés Alexandre Dumas quiso contar la misma historia según su propia conveniencia y, en 1845, lanzó La historia de un cascanueces, que es la que en realidad se convertiría luego en el famosísimo ballet El cascanueces, cuya música compuso el ruso Pyotr Ilych Chaikovski (El lago de los cisnes) para la coreografía de su compatriota Lev Ivanov y el galo Marius Petipa en 1892. Y que su cuento acabara transformado en un ballet de un grande como Chaikovski tiene mucho sentido considerando que Hoffmann optó por sustituir su tercer nombre, Wilhelm, para honrar al genial Mozart.
Contando ahora con El cascanueces y los cuatro reinos, ya hay tres decenas de filmes que se basan en esta misma historia, quizá no tan lujosos como el que se ha podido permitir Disney y, sin duda, ninguno de ellos de directores conocidos como Lasse Hallström y Joe Johnston o con un reparto tan estelar, que incluye a pesos pesadísimos como Morgan Freeman (The Shawshank Redemption) encarnando a Drosselmeyer o Helen Mirren (Last Orders) de Madre Jengibre, a la estrella Keira Knightley (Piratas del Caribe) dando vida al Hada de Azúcar, a Matthew Macfadyen (Orgullo y prejuicio, 2005) como el señor Stahlbaum o a jóvenes actores como Mackenzie Foy (Interestellar) y Jayden Fowora-Knight (Ready Player One) interpretando a los protagónicos Clara Stahlbaum y el Capitán Phillip, el soldado Cascanueces.
Todos ellos trabajan en el límite de lo aceptable, para no desentonar con las estrecheces evidentes de la propia película; incluso los reputados Freeman y Mirren; y tal vez Knightley sea la más esforzada por necesidad con el histrionismo de su personaje. Parece que la guionista primeriza Ashleigh Powell no ha mostrado intención alguna de rehuir la sencillez del relato original ni de adentrarse en mayores profundidades dramáticas, probablemente pensando en el público objetivo de Disney, como si a los chavales sólo se les pudiesen ofrecer sumas sencillas y no multiplicaciones; y no será que la adaptación no se muestra bien libre.