El comandante volvió a repetir la misma pregunta al muchacho, como si no hubiera escuchado ninguna de sus declaraciones anteriores.
-¿El tiro se te fue a ti o a tu hermano?
Andrés Manuel, con los ojos llorosos y mirando el suelo sucio de la comisaría, repetía los vertiginosos sucesos que habían tenido lugar en ‘Novedades Andrés’, cerca de las dieciséis horas.
-Yo estaba de espaldas cuando escuché el disparo– y su voz se quebraba al evocar los sucesos.
La secretaria hacía rato que había dejado de tomar la declaración del chico, porque coincidía siempre con la primera versión mecanografiada. Le daba pena verlo ahì asustado frente al comandante, que parecía un perro de jaurìa.
Se levantó y le pasó un vaso con agua fresca para que el adolescente bebiera, pero el joven se negó a tomar la bebida.
Al comandante se le había metido en la cabeza demorar las diligencias lo más que pudiera.
La familia del muchacho tenía varias tiendas y se sabía que el patriarca guardaba mucho dinero. En el pueblo eran de las pocas familias que iban en carro durante las vacaciones a las playas de Veracruz y Tampico.
-Me han dicho por ahí que eres de carácter explosivo, que con poquita cosa se te prende la mecha.
Andrés Manuel levantó la mirada y se quedó viendo fijamente al jefe policíaco.
-Le han informado mal, comandante.
-¿Y cómo se le puede decir a las escenas que montas en el campo de beisbol, cada que tu equipo pierde y peleas con tus compañeros?
-Esos son amigos, es un juego nada más, oficial.
-Pues ellos no piensan lo mismo.
Los ventiladores de techo no daban abasto al calor del verano, magnificado además por la presencia del oficial de partes, la secretaria y los testigos del caso. El comandante se levantó de su viejo escritorio y abrió una de las ventanas que daban a los separos que culminaban en unas cuantas celdas vacías. Al voltearse y quedar de frente de nuevo con su repentino auditorio, se mesó la barbilla sembrada con dos o tres pelos y objetó al chico:
-¿Y qué me dices de tu apodo? ¿Me puedes explicar por qué te llaman ‘La Piedra’?
El muchacho se sentía cansado, a pesar de la honda tristeza que le embargaba, había hecho un enorme esfuerzo por ordenar en su cabeza los hechos y contarlos repetidamente.
-No conozco ese apodo. Mis amigos no me dicen así.
-Tus amigos no, pero tus enemigos sí– reviró el comandante y soltó una carcajada. – Dicen que tienes una derecha muy fuerte, que pegas muy duro. ¿De verdad eres bueno para los guamazos?
En ese instante, el padre del muchacho entró a la comandancia sin saludar a nadie. Venía de arreglar los papeles del sepelio e su hijo José Ramón. La secretaria le acercó una silla y le apretó el hombro. El comerciante se desplomó en ella y mecánicamente se secó el sudor con el dorso de la mano. Agradeció con un gesto la compasión de la única mujer en la sala.
-Mi más sentido pésame, don Andrés– expresó el comandante. En la sala los guardias se dieron cuenta que el tono de su jefe era otro. La estrategia había cambiado.
-Está claro que fue un tiro sin blanco, es decir, el proyectil salió accidentalmente del arma de fuego, penetrando infortunadamente en el alma humana del muchacho. Así lo declararon los testigos de los hechos, aquí presentes. Y por lo que toca a la pistola, ya ‘El Dientes’ vino a darnos voluntariamente su declaración.
El auxiliar del comandante se resignó a aceptar que su jefe ya se había echado para atrás en sacar alguna ventaja de la situación. No habría moche.
Don Andrés se levantó y extendió la mano al comandante antes de acercarse a su hijo que seguía derribado en una silla, absorto.
-Vámonos hijo, tenemos que despedir como se debe a tu hermanito. Hay que ser fuertes– y apretó los dientes.