En los años ochenta, de la bonanza del oro negro surge un hartazgo social alcanza que llega a su límite en Tabasco: los “mechones” de los pozos contaminan cultivos, las tuberías derraman el crudo y los campesinos desesperados responden con bloqueos a los campos petroleros.
Es además la época de constantes casos de tortura de las autoridades policiacas y al estado, gobernado entonces por Salvador Neme, la recién creada Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) le dirige – en 1991- su primera recomendación, ante un caso de un comerciante al que agentes judiciales ahogaron en las playas de Paraíso, gozando de la complicidad de superiores.
En ese ambiente enrarecido es con el que se cruzará, coincidirá y nutrirá, el frente que abanderará Andrés Manuel López Obrador será un catalizador de toda esa inconformidad.
Javier Núñez, fundador del Comité de Derechos Humanos de Tabasco (Codehutab) explica que “el éxito del movimiento progresista, que inició Andrés Manuel en Tabasco, se explica en un contexto histórico de finales de los años ochenta, cuando el estado vive realmente una circunstancia política y social que fue el nutriente principal para su organización”.
Paradójicamente, los pioneros de ese despertar salieron de las sombrías parroquias. Si los periódicos sólo publican actos oficiales del gobierno y de los fastuosos bautizos, cumpleaños y alianzas familiares en el poder económico, en las ermitas párrocos y laicos se reúnen en la tardes para analizar la situación social y ver el modo de transformarla.
Quien alienta ese despertar espiritual es el Obispo de Tabasco, Rafael García González, quien preocupado por las injusticias sociales, la falta de pastores espirituales y líderes seglares, crea el Seminario Mayor, mediante el cual aumentará el número de curas y promoverá la vocación sacerdotal en comunidades rurales. Pero su mayor aportación es el Sínodo Diocesano, un movimiento de reflexión e incitación a la acción de todos los sectores, cuyo lema no esconde su influencia social: “Juntos hagamos el camino”.
Núñez, quien luego de participar en el Codehutab fue director de Compras y Adquisiciones en la administración de López Obrador, dice: “Yo me quedo con la idea de que el Sínodo Diocesano fue un espacio de reflexión no solamente religioso, sino también social y político, que abrió los ojos de mucha gente”.
De ese cuidado del alma, surge el Codehutab para defender, desde la trinchera ciudadana, los derechos humanos.
Javier Núñez, quien era asesor jurídico, le tocó ser promotor del voto libre y secreto, como parte de las primeras redes de ONG, Alianza Cívica, que encabezó la primera observación electoral en Tabasco, con los comicios locales de 1991.
“Se dieron varios elementos importantes, como el surgimiento de una sociedad civil más organizada y demandante de sus derechos, ahí surge la Codehutab, como otros comités municipales, que florecieron al llamado de un grupo de religiosos, entre los que figuraba un sacerdote jesuita Germán Estrada, como religiosas que daban su tiempo libre para la capacitación”, refiere.
No será nada extraño que otros dos jesuitas presidan la Codehutab, Francisco Goitia y Jesús Maldonado, y que por su formación religiosa, representen los reclamos de comunidades afectadas por la actividad petrolera.
También surgen los movimientos de habitantes afectados por la actividad petrolera, pero ya liderados por quienes los concientizan de los daños a todo un ecosistema, ante una indolencia de Pemex. Surge la organización “Santo Tomás, medio ambiente y desarrollo”, presidida por la activista Silvia Whizar, quien marcha con pescadores y campesinos afectados por los derrames de crudo.
Era tal la concurrencia de la problemática socio-ambiental y política, que en la calle de Eusebio Castillo, Whizar compartía sus oficinas con López Obrador, a quien ya acudían a pedirle ayuda decenas de campesinos diariamente, ya como dirigente del PRD.
Ante ese escenario, la línea dura del gobierno se impondrá para contener el descontento. “Había una intolerancia política al movimiento progresista de Andrés Manuel, y eso se reflejaba en los periodicazos y persecución a cualquier actor que se colocara de este lado del movimiento, sin que fuera necesariamente una actividad partidista, como el tema ambiental o el de los derechos humanos”, rememora Javier.
“Fueron organizaciones que crecieron a la par con el movimiento político que se originó en esa década, al igual que iba creciendo la izquierda, por el cual el tema de los derechos humanos era visto como un asunto que alentaba a la oposición y los promotores de derechos humanos de esa época, éramos criticados en medios de comunicación y perseguido y ocasionalmente, calificados de comunistas o gente de izquierda perniciosa, a como ocurría con el tema del medio ambiente”, concluye.