El joven Andrés Manuel López Obrador decidió mudarse con otros paisanos hacia el sur de la ciudad capital y rentar un cuarto en la zona de Copilco, desde donde la Ciudad Universitaria, construida con piedra volcánica del Xitle, dominaba el paisaje.
La represión contra una manifestación estudiantil, perpetrada el Jueves de Corpus Christi, en junio de 1971, por los alrededores de la Rivera de San Cosme, puso en la mira de las autoridades todo lo que oliera a universitarios.
La Casa del Estudiante Tabasqueño, donde había vivido, comenzó a estar vigilada por agencias de seguridad federal, constantemente, sobre la calle de Violeta, se detenían autos sin placas y hombres vestidos de paisano vigilaban las entradas y salidas de los estudiantes chocos.
Las penurias lo siguieron hacia su nuevo y diminuto hogar, con techo de lámina, que en enero calaba los huesos por el frío, y en temporada de calor, elevaba la temperatura como un asador. Ni siquiera durante las lluvias era un buen refugio, pues el agua goteaba hasta caer justo por el cabezal de su cama y espantar el sueño más pesado.
Para cocinar, los jóvenes usaban una parrilla eléctrica de una sola hornilla, el aparato hacía refulgir las ennegrecidas resistencias de un anaranjado violento, cada que cocinaban un caldo con más hueso que presas, y que reutilizaban más de dos cocidos.
“Por eso no me gusta la sopa, me recuerda el hambre que pasaba en esos tiempos”, confesaría años más tarde Andrés Manuel al periodista Jaime Avilés, que lo entrevistó para escribir el libro “AMLO, vida privada de un hombre público”.
Un diciembre de 1975, sus pasos lo condujeron hasta las Lomas de Chapultepec, frente a la casa de su mentor, Carlos Pellicer.
El hogar del poeta parecía un caos, custodiado por piezas prehispánicas, pinturas de su amado José María Velasco y libros dedicados de sus colegas escritores.
“Estuvimos platicando un rato y cuando ya me iba, me dio un rollo de billetes. Yo me puse tan nervioso que le dije: ¡Próspera Navidad y Feliz Nochebuena!”, rememoró el propio Obrador.
López Obrador dejó su carrera en suspenso por sumarse al equipo de campaña de Carlos Pellicer. El poeta a pesar de su avanzada edad, tenía una condición física que le permitía meterse a nadar al Usumacinta y recorrer las comunidades indígenas a pie, con sus huaraches.
“Durante un mitin estaba hablando el otro candidato al Senado, David Gustavo Gutiérrez Ruiz, último gobernador de Quintana Roo como territorio federal, de 1971 a 1975. Todas las mujeres de Villahermosa estaban sentadas, abanicándose. En cambio, las chontales estaban de pie.
Andrés Manuel contó así una de las pocas anécdotas que existen sobre esa gira, pues los periódicos locales sólo registraban la actividad del gobernador.
“Cuando David Gustavo terminó su discurso, el maestro Pellicer se levantó y dijo: No voy a hablar si las señoras chontales no se sientan. Y se sentó él. Muy tranquilo. Nadie sabía qué hacer. Y de repente la gente de Villahermosa le empezó a ceder los asientos a las chontales. El maestro seguía muy serio. Y no se volvió a levantar sino hasta que todas las indígenas ocuparon sus sillas”, relató López Obrador al periodista Jaime Avilés.
Unos versos, en particular, le quedaron tatuados en la conciencia: “Algún día el maíz será de todos/ Algún día las cosas de la tierra / estarán en manos juveniles / de otros hombres más hombres…
Esas fueron las lecciones de un poeta que creía que las ideas cristianas de amor serían buenas en cualquier acción política.