El “éxodo por la democracia” comenzó en Villahermosa, Tabasco, el 25 de noviembre de 1991, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza de unas doscientas personas, cincuenta días después, miles de mexicanos se sumarían al contingente en su entrada conmovedora a la Ciudad de México.
La mayoría de los que salieron del Parque Juárez, en la capital tabasqueña, provenían de las comunidades chontales de Nacajuca, y el resto de los municipios de Cárdenas y Macuspana, que era donde el Partido de la Revolución Democrática (PRD) reclamaba triunfos en las urnas. Entre los marchistas iban Darvin González Ballina, Auldárico Hernández Jerónimo, Jesús Falcón –el chofer antes del famoso “Nico” Mollinedo– y otros cercanos al dirigente estatal perredista.
Andrés Manuel calculó llegar al altiplano a principios de enero, para coincidir con la firma de los acuerdos de paz entre el Frente Democrático Revolucionario de El Salvador y el gobierno de aquel país, cuyo testigo de honor en el Castillo de Chapultepec sería el presidente Carlos Salinas de Gortari.
Con ese fin, los marchistas caminaron un promedio de ocho a diez horas, bajo el sol abrazador del trópico, la lluvia de los Tuxtlas el inclemente frío de altiplano. A veces salían muy temprano por la mañana y terminaban al atardecer, no tan agotados como para no realizar todavía un evento político.
Al principio la marcha sólo fue apoyada por los líderes locales. Para las acampadas, se conseguían los permisos con las autoridades municipales para dormir en canchas de basquetbol o en terrenos baldíos, que no tuvieran declive. Las tiendas de campaña se armaban improvisadamente con sábanas, lonas y plásticos.
Pocos creían a nivel nacional que el “éxodo por la democracia” fuera a llegar al zócalo capitalino. La dirigencia nacional de partido del sol azteca se mantuvo distante del contingente, al grado incluso de que expulsó al dirigente municipal de Coatzacoalcos en aquel entonces, por haberlos recibido en aquel puerto.
A excepción de La Jornada y uno que otro medio regional, la prensa ninguneó la caminata.
Eso no afectó el ánimo del líder perredista ni de los marchistas. Los tamborileros a todo el largo camino no dejaron de tocar “El Tigre”.
Nunca Andrés Manuel se subió a un coche o a la batea de una camioneta para avanzar con el contingente, que hizo un esfuerzo sobrehumano impresionante para andar a pie por toda la ruta de la carretera federal.
Después de cruzar el río Tonalá, límite entre el estado de Tabasco con Veracruz, la marcha comenzó a crecer. Líderes perredistas de ese estado que habían sufrido también las ilegalidades de un proceso electoral amañado, en la renovación de sus 207 municipios, se sumaron con sus respectivos contingentes para exigir respeto al voto, entre ellos Rosa María Cabrera, dirigente del PRD en Veracruz.
Por fin, la dirigencia nacional despierta de su letargo y acompaña en algunos tramos a los López Obrador y los marchistas: Cuauhtémoc Cárdenas lo hace varias veces, una el Año Nuevo, en Contla, Tlaxcala; el doctor Salvador Nava cuando el contingente llega a Puebla; Porfirio Muñoz Ledo, en Veracruz.
El penúltimo día, los marchistas, adoloridos algunos por las ampollas o el acosador frío del año nuevo, alcanzan Texcoco y Neza, puerta para entrar el sábado 11 de enero a la Ciudad de México.
Unos treinta mil perredistas marchan con los tabasqueños y veracruzanos en el último día del “éxodo”. El periódico Ovaciones trata de congraciarse con el gobierno federal con una portada mentirosa: “Marcha marchita”. Nada tan alejado del ambiente que se vive en el contingente al aproximarse al centro de la capital.
En el Zócalo, ante más de 40 mil personas, Andrés Manuel dirige un discurso a favor de la democracia, reivindicando el principio maderista del sufragio efectivo.
Fernando Gutiérrez Barrios, secretario de Gobernación, no tiene más remedio que recibirlo al día siguiente y acepta que el PRD encabece un consejo municipal en Cárdenas, mientras que en Nacajuca y Macuspana, se acuerda anular las elecciones e instalar consejos municipales mixtos con mayoría priista.
En el Zócalo, Andrés Manuel pasa de ser un dirigente local a un nuevo líder nacional del PRD.
