Con la renuncia bajo el brazo, Andrés Manuel López Obrador volvió a la capital mexicana. El fugaz Oficial Mayor no regresa sólo, viene acompañado de su esposa Rocío Beltrán y su hijo José Ramiro.
Tras instalarse en un departamentito de la avenida Copilco, número 300, el tabasqueño busca a su antiguo jefe del Instituto Nacional Indigenista, Ignacio Ovalle. Le urge encontrar un empleo.
Según contó al periodista Jaime Avilés en el libro ‘AMLO, vida privada de un hombre público’, Ovalle, en ese momento embajador de México en Argentina, habló con Clara Jusidman, que acababa de asumir la titularidad del Instituto Nacional del Consumidor (Inco), un organismo público que se fusionaría después a la Procuraduría Federal del Consumidor.
De inmediato, la economista vio en Andrés Manuel el perfil social que ella requería y lo nombró director de Promoción Social. Tiempo después, cuando Andrés Manuel llega a la jefatura del gobierno capitalino, llama a su antigua superiora para que ocupe la titularidad de la Secretaria de Desarrollo Social de la ahora CDMX.
Durante el periodo que duró su destierro (1984-1988), López Obrador se entregó en cuerpo y alma a cumplir sus tareas en el Inco. En una época en que la crisis económica se recrudece, su experiencia con los chontales le sirve para capacitar las brigadas del instituto, que salen a las calles a ofrecer a los consumidores alternativas para que mejoren sus hábitos de compra.
Él mismo va a los hospitales a mostrar a la gente cómo comprar y preparar alimentos sanos y nutritivos. Con mucho ingenio y éxito, las brigadas distribuyen canastas de verduras, conseguidas en la Central de Abastos a buenos precios. Brigadas es el término que diez años más tarde usaría para agrupar a militantes del PRD en la promoción electoral. Serían las brigadas del sol.
A Andrés Manuel le tocó vivir en sus oficinas del Inco los terremotos de 19 y 20 de septiembre de 1985. En la contingencia, el entonces funcionario se arremangó la camisa para organizar también brigadas para buscar personas atrapadas bajo los escombros, refiere Jaime Avilés.
Parecía que los tiempos de las campañas políticas y los discursos democráticos habían quedado sepultados por las obligaciones familiares y burocráticas. Un día recibe la visita de uno de sus hermanos menores: Es Pio Lorenzo, que estudia sociología en la misma facultad de Ciencias Políticas y Sociales donde él se formó.
El hermano viene exaltado, milita en el movimiento estudiantil que se opone a las reformas del rector Jorge Carpizo para imponer colegiaturas en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Así cuenta Avilés en el ya mencionado libro lo que sucedió en aquel aciago 1986: “Pío Lorenzo López Obrador asiste a las manifestaciones y habla en las asambleas del Consejo Estudiantil Universitario (CEU). Un día pasa por el Instituto Nacional del Consumidor y sube a la oficina del director de promoción y Participación, que vive como tiene que vivir un funcionario público de ese rango: Ganando muy bien, usando traje y corbata a diario, transportándose en un coche del año manejado por un chofer.
-Pero, hermano -le dice-, ya te aburguesaste. ¿Cuándo te vas a definir? Andrés Manuel sabe qué responderle”, se lee en la biografía.
Esas palabras calan hondo. Lo hacen pensar. Andrés Manuel cierra el año con su primer libro, ‘Los primeros pasos’ (UJAT, 1986). En 1987, apura su tesis para obtener el título de licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con el tema ‘Proceso de formación del estado nacional en México, 1821-1867’, asesorado por la doctora Paulina de Jesús Fernández Christlieb, que junto a otros filósofos mexicanos simpatizaría en los años noventa con el movimiento zapatista y sus gobiernos de autogestión.
Al tabasqueño le quedan, en 1988, unos meses más en el Inco, antes de entregarse en brazos de la oposición.