Son pasadas las ocho de la noche, en el avión venimos totalmente a oscuras después de un despegue un tanto accidentado a causa de las lluvias que hay en este momento en todo el mundo; claro que después de lo vivido, huyendo del huracán Irma en República Dominicana, estas me parecen cosas de niños. Estamos despegando de Panamá, donde al fin pudimos relajarnos de la tensión que habíamos vivido para intentar salir, tal como se los conté en la entrega pasada de Desde el Averno. Pues como me quedaban unos días de vacaciones y ya no se pudieron usar en Punta Cana por razones obvias, mi mujer decidió buscar un hotel en Panamá y descubrió uno dizque muy bonito y muy nalga, en un lugar que se llama Playa Nlanca, en Buenaventura, Panamá.
Llegamos a Panamá después del pedote atravesado que fue salir en el último vuelo de Dominicana y tener que escapar por uno de los brazos del huracán. Gracias a la pericia de los pilotos aterrizamos y yo sentí que habíamos vuelto a nacer; todo el mundo aplaudió, con justa razón después de lo vivido.
Salimos del aeropuerto para preguntar cuántos minutos hacía el taxi al hotel que sabiamente escogió mi mujer: “¡Noooo! ¡Son cuatro horas en coche!”, contestó un panameño de color discreto. Total, que tuve que rentar un coche para poder hacer las cuatro horas que afortunadamente se redujeron a dos y media para llegar al hotel. No, no, no, no, no, la verdad ¡sí se la rifó La Cristina cuando seleccionó ese hotel! ¡No se imaginan ustedes, qué belleza! ¡Qué lujo! ¡Qué espacios! ¡Qué acabados! Con una playa privada enorme, con árboles y palmeras por todos lados; lagos artificiales por todo el hotel, puentes de madera por todas partes, 16 albercas, jacuzzis, la habitación con cama como de la Reina Isabel, con techo; la cuna de la niña en puritito latón. Ella, acostumbrada a la suya que es de bejuco en México, cada que la acostábamos veía aquel brillo y solo balbuceaba “pinchecha,” a lo que yo le contestaba: “Pinchecha…maca, duérmase ya”, todo lo que padecimos con el huracán acá se niveló, tanto, que al final no me tocó ni el huracán, ni el pinche terremoto de México.
Ya vengo de regreso a mi muy caminado y golpeado México, país al que no cambio por nada ni por nadie, con rateros, inseguridad y lo que usted guste y mande; lo bueno es que ahorita ¿qué me van a robar, si ya me lo robaron todo? Hasta el riñón que tuve que vender para pagar el hotel que escogió mi vieja. He dicho.