Cuando Francisco Toledo cruza el patio del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), la gente que ahí labora detiene sus tareas por unos segundos para ver la llegada del “maestro”.
Es fácil de reconocer. Su barba poco uniforme y cabello cano enmarañado, que parece seguir al aire, son inconfundibles, lo mismo que su peculiar camisa blanca desfajada, pantalón beige y botas de un color indefinido a causa del tiempo.
Pocos se acercan a él. Quienes traspasan sus “límites” son los niños de una primaria de la capital oaxaqueña que, a falta de una escuela segura después del terremoto del pasado 7 de septiembre, toman clases de manera temporal en el IAGO.
Él les corresponde y les explica todo lo que pueden encontrar en la colección de 23,700 libros con que cuenta el instituto.
También por la huella artística que sigue dejado en casas de cultura y comercios del centro histórico de Oaxaca, a través de pinturas y esculturas. Incluso en restaurantes de comida típica oaxaqueña a los que Toledo acude de forma recurrente, y en los que se puede apreciar herrería artística, principalmente inspirada en animales, que él diseñó y que forman ya parte del paisaje de la ciudad.
Interpretaciones pictóricas de alacranes, monos, murciélagos, pájaros, grillos, caracoles, ranas, pulpos, conejos y penes son característicos de la obra de Toledo desde sus primeras exposiciones internacionales, en la década de 1960, hasta hoy en día.