El debate del martes no cambiará los resultados electorales del próximo primero de julio pero puede tener influencia, sobre todo, en los equilibrios de poder que dejará la jornada electoral.
Los debates no se ganan, pero sí se pueden perder. Y creo que quien más perdió fue el candidato del Frente, Ricardo Anaya. Cuesta entender que algunos analistas lo hayan visto ganador, incluso en forma abrumadora, sin comprender el contexto en el que se desarrolló el debate y los fines del mismo. ¿Qué fue lo más importante de Anaya en el debate? Su primera intervención la usó para deslindarse de las acusaciones de corrupción en su contra (por cierto, pésima idea sacar, al mismo tiempo que comenzaba el debate, la segunda parte de las conversaciones de Juan Barreiro sobre Anaya). Luego atacó a López Obrador con lo del constructor José María Rioboó. Estuvo bien en señalar que Rioboó participó en las licitaciones del nuevo aeropuerto y que como perdió, tuvo la ocurrencia, no puede ser calificada de otra manera, de proponer lo de Santa Lucía.
Pero de ahí a dar el salto a hablar de corrupción porque le dieron contratos por 170 millones de pesos durante los seis años del gobierno de López Obrador en el GDF, hay una distancia. Sin duda existe una relación estrecha de Rioboó con López Obrador que debe ser cuidada, pero contratos por 170 millones de pesos para un presupuesto de infraestructura del GDF de decenas de miles de millones de pesos al año, no son significativos. Incluso esos 170 millones, que fueron básicamente para el distribuidor vial y los segundos pisos, empequeñecen ante un negocio inmobiliario que generó utilidades de 80 millones de pesos con una simple transferencia, que es de lo que acusan a Anaya.
No creo que con esa estrategia haya ganado mucho, más allá de dejar el nombre de Rioboó sembrado, como también lo hizo Meade al señalar que uno de los representantes de Odebrecht en México es Javier Jiménez Espriu, a quien López Obrador quiere designar secretario de Comunicaciones y Transportes.
Pero se equivocó mucho más Anaya al insistir en tres, cuatro oportunidades y en forma exaltada, en que meterá a la cárcel al presidente Peña Nieto y al propioMeade, entre otros funcionarios. Primero porque un presidente de la República no puede meter a la cárcel a nadie: eso lo investiga el Ministerio Público y lo decide un juez. Segundo, porque en los casos que nombró Anaya no hay acusaciones penales contra Peña: ni en el caso Odebrecht, ni en la casa blanca (que fue un desastre político, pero fue exonerado por la Función Pública) ni mucho menos por lo de Ayotzinapa, un caso en el que por cierto, los responsables directos fueron funcionarios de partidos ahora aliados de Anaya: el gobernador Ángel Aguirre que llegó al poder con una alianza PRD-PAN y el presidente municipal José Luis Abarca, perredista.
Y tercero, y mucho más importante, porque lo que necesita Anaya es que el voto útil se vuelque en su favor. Y con su participación en el debate del martes no va a lograr que ni un solo priista o simpatizante de Meade, lo apoye. La estrategia de la cárcel, lo hemos dicho aquí muchas veces, incluso reflexionando sobre lo que ocurre en Brasil o Guatemala, no funciona, no sirve, destruye en lugar de construir. Y López Obrador volvió a golpear a Anaya con una sola frase: le dijo que su fuerte no es la venganza, “tanto que ni a ti te voy a meter a la cárcel”.
Meade estuvo mucho mejor que en los debates anteriores y su participación puede ayudarlo a colocar al PRI y sus aliados en la lucha real por el segundo lugar, aunque parece evidente que será por lo menos difícil alcanzar a López Obrador. Pero no es un tema menor porque de eso dependerán los equilibrios legislativos en la próxima administración. Meade volvió a verse bien preparado, en esta ocasión con un lenguaje menos acartonado y más desenvuelto, en temas que conoce perfectamente y sobre todo en lo educativo mostró coherencia y claridad. Pero como el formato del debate impide precisamente eso, el debate, ello no termina de permear plenamente en el electorado. Por cierto, que sepamos Anaya no está indiciado.
López Obrador flotó. Contestó los ataques con puyas, no se enganchó y cuando estuvo a punto de hacerlo con Anaya uno de los moderadores lo impidió. Negó los hechos de corrupción, negó acuerdos con Elba y con Peña y para todo tuvo la misma respuesta: acabando con la corrupción (tampoco dijo cómo lo hará) habrá dinero para todo, desde medicinas hasta subsidios a jóvenes. Se vio mal en el tema educativo, donde apareció el López Obrador más tradicional, y moderado en el económico y social. Volvió a decir que venderá toda la flota de aviones y helicópteros del gobierno federal. Y cuando hablaron de desastres naturales a nadie se le ocurrió preguntarle cómo los atenderá su gobierno sin aviones ni helicópteros. Quizás lo más delicado es que sigue sin especificar cómo hará para llegar a sus objetivos de gobierno. Ese sigue siendo un enorme interrogante.
Pero no nos engañemos. A dos semanas del cierre de campaña y con el inicio del mundial, pasados ya los debates, no se ve cómo se le pueda impedir ganar el primero de julio, aunque no sea por porcentajes menores a los que Andrés Manuel y los suyos esperan.