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noviembre 30, 2024

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Hijo del Perro Aguayo, la leyenda que reavivó la lucha

El doctor de la familia, Mario García Orozco, explica cómo sucedió la tragedia de Pedro; “la familia entendió que fue un accidente”, cuenta.

Eder Arreortúa 

Grupo Cantón

CIUDAD DE MÉXICO. El Hijo del Perro Aguayo nunca perdió su cabellera, porque cuando un rival tuvo el valor suficiente para enfrentarlo, siempre pareció poco para él; en otras ocasiones que lo retaron, faltó dinero para llegarle al precio, y también el destino se encaprichó. 

Sin embargo, el Jr. perdió la melena justó el día que ganó la más grande de sus batallas; a sus 35 años le extirparon, en 2011, un tumor que tenía en el estómago del tamaño de una pelota de golf, y así ganó su lucha contra el cáncer; perdió la mata por juramento. 

“Yo estuve ahí cuando le informaron que tenía cáncer, cuando luchó contra su enfermedad y cuando salió victorioso. Pedro nunca perdió su cabellera, ¿sabes cuánto costaba esa cabellera? ¡Mucho! ¡Mucho dinero! Y no la perdió, él mismo se la quitó, fue una manda porque se salvó del cáncer”, dice el doctor Mario García Orozco, su médico de cabecera, quien aún padece la perdida. 

“¡Dios perdona, los perros no!”. Aquel sábado 21 de marzo de 2015, difícilmente se borrará de la memoria de los aficionados a este deporte. A los seis minutos y 25 segundos de la lucha realizada en el House Show en Tijuana, Baja California, la última de su vida, el Hijo del Perro Aguayo comenzó una cruel agonía, la cual fue documentada y transmitida, casi en tiempo real. 

Ya pasaron varios años de aquel capítulo triste en el pancracio nacional, de cuando el Cachorro Aguayo, arrodillado, inconsciente de su presente y su futuro, recibió una patada voladora de Rey Mysterio, pero el esteta rudo ya no pudo responder, ya no dependía de él. El resto fue historia. 

“Antes que nada soy aficionado a la lucha, soy amigo de la familia y soy doctor. Aquel evento me causó sentimientos encontrados, los cuales convergen en un personaje; para mí es ídolo, un gran personaje, y sobre todo fue una gran persona; hoy es una leyenda. La gente dice que la lucha libre no es real, que es teatro, más cuando se habla de la WWE; sin embargo, la muerte del Hijo del Perro Aguayo vino a confirmar que el pancracio no es sólo un juego, que ellos ponen en peligro su vida, por eso las aseguradoras los tienen catalogados como clientes de alto riesgo, incluso a algunos les niegan el seguro, pasa lo mismo con los toreros, automovilistas y boxeadores”, comenta García Orozco. 

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Negligencia, mala planeación y logística, descuido; hay muchas preguntas en el aire y también muchas respuestas. 

Aquella tarde el Perrito quedó colgando de la garganta y de los brazos, que rebotan sobre una cuerda de acero, sin que nadie pudiera predecir que se trataba de la postrimería de una vida no tan larga. 

Ni Manik, su compañero en aquella batalla, ni sus dos rivales tuvieron la prudencia de ver si el esteta estaba bien. Ninguno estaba preparado, y quizás ahora siguen sin estarlo. 

“Mucha gente comenzó a decir que estaba metido en drogas, doping, y no sé qué tantas tonterías, pero el percance fue fortuito. El parte médico fue legal, hubo un respaldo de un perito forense, donde se indicó que en esa misma lucha se dio una primera fractura cervical, hasta donde pudo seguir luchando, pero fue justo el problema, que siguió luchando, porque ellos están muy acostumbrados al dolor y pasan por alto esos pesares. Si se hubiera detenido ahí, quizás la tragedia se hubiera evitado, pero Pedro siguió y esa fue la causante. 

“Cuando él regresa al cuadrilátero ya no tiene dominio sobre su cuerpo, tiene conciencia sobre sí, pero ya no le responde el cuerpo, porque neurológicamente todo estaba normal, pero su lado motriz ya no le respondía. Lo que se hizo, las medidas y el proceder médico fue el que correspondía, pero las circunstancias eran atípicas, si eso le hubiera pasado en un quirófano, con todas las herramientas médicas, quizás el resultado hubiera sido el mismo”, explica el galeno. 

Manik, asustado, palmeaba el cuerpo del Perrito, quien caía de la primera cuerda, ya inconsciente. Mysterio le había lanzado otra patada, su célebre 619 que ni siquiera tocó la cabeza del rival. El enmascarado se acercó preocupado, luego llegó Konan para zamarrear el cuerpo del caído. El combate siguió a medio metro del cuerpo encorvado. Dos contra uno, Rey y su compañero Xtreme Tiger doblegan al solitario oponente. 

Mysterio se tira desde la cuerda más alta. “¡Uno! ¡dos! ¡tres!”. A los siete minutos y cinco segundos el réferi levanta los brazos de los ganadores. Fin de la batalla. El Can de Nochistlán llevaba un minuto y 25 segundos muriéndose en el cuadrilátero. 

“Él acababa de presentar su examen médico en la Comisión de Box y Lucha de la Ciudad de México, y salió bien, yo lo había revisado y estaba bien. Esta tragedia fue algo muy atípico, propio del ritmo de la lucha, ya se había dado un caso similar con otro luchador, y se había salvado, él no corrió con la misma suerte, pero aquí no hubo culpables”, agrega Mario. 

“Muchos me quieren ver muerto, pero lo siento, soy más duro que el cemento”, dice la letra del tema Perros del Cartel de Santa, que el esteta usaba en sus entradas. Aquella vez, él, víctima de sus impulsos, su profesionalismo e, incluso, de su inconciencia, decidió no darse una tregua y no hacer una pausa que le pudo salvar la vida. “Dios perdona, los Perros no”. 

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