La implosión
En días pasados, el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, anunció con gran revuelo el inicio del caos con el que se decreta el fin del período neoliberal, no sólo de manera abrupta sino por demás amenazante para las economías del mundo, al dar a conocer la decisión de su gobierno de iniciar una inusitada guerra arancelaria particularmente inquietante para quienes otrora se enorgullecían de ser aliados del país militarmente más poderoso del mundo. Lo llamó “El día de la Liberación” (Liberation Day).
El cambio de paradigma que plantean las medidas dictadas por el mandatario norteamericano, ha impactado de manera importante en el ánimo y la visión a mediano y largo plazo del concierto de las naciones, al causar una incertidumbre generalizada la caída de las Bolsas mundiales. Sin embargo, en el caso de México, la postura gallarda y patriótica de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, la capacidad de negociación de su gabinete, el importante fundamento que proporciona la existencia del Tratado de Libre Comercio México, Estados Unidos y Canadá (TELCAN), el cual no debemos olvidar fue producto de una revisión y re negociación del anterior tratado (TLC) por parte del entonces entrante gobierno del ex presidente Andrés Manuel López Obrador y el apoyo de todos los sectores al lanzamiento del plan México, han permitido que el impacto arancelario en México y Canadá sea el menor a nivel global.
No obstante, no evita que las acciones arancelarias que ha emprendido Donald Trump en contra incluso de los mejores aliados históricos de su país, hagan recordar un poco al proyecto de submarino emprendido por su vicepresidente de facto, el magnate Elon Musk, quien tras anunciar el sumergible sería capaz de conquistar las profundidades del océano, implosionó irremediablemente y llevó a tripulantes y ocupantes -Quienes voluntariamente aceptaron emprender el viaje, relevando de toda responsabilidad a la empresa y sus dueños-, a morir de manera espantosa. Podría ser este un buen momento para salir del submarino, amotinarse y cambiar al Capitán o, al menos, exigirle cambiar la ruta hacia un mejor puerto. Sin embargo, ni el Capitán, ni la tripulación han atendido a los llamados de la peligrosidad que representa una inmersión en el mar de la economía global, con un submarino cuyo mayor atributo son sus cañones y no la pericia de quien lo conduce, al parecer, a la implosión. Al tiempo.
Humberto Aldana
