Hay símbolos que no envejecen; más bien, se cargan de significado conforme la realidad se vuelve más áspera. En la mitología griega encontramos a la diosa Themis, con su balanza y su venda, es uno de ellos.
Enrique Solari observó —con ironía amarga— que la justicia no nació ciega.
Primero vio. Vio lo que los hombres hacían con su balanza, vio cómo se inclinaba al ritmo del poder, del dinero, del cálculo político.
Y, al verlo, se vendó los ojos. No por imparcialidad, sino por vergüenza. Este autor nos dice en una de sus punzantes frases: “La justicia se dio cuenta de lo que hacían los hombres con su balanza, y se vendó los ojos”.
Este giro simbólico expone un problema que no es técnico, sino moral: la ética profesional jurídica, ese deber ser ético del operador de justicia, hoy parece en estado de anemia severa. No falta conocimiento, sino carácter.
No falta legislación, sino convicción. No faltan códigos, sino integridad. La venda, que en teoría expresa neutralidad, se ha convertido en acusación: la justicia se cubre los ojos para no contemplar su propio deterioro en manos humanas.
La Biblia describe un fenómeno parecido.
En Isaías 59, el profeta denuncia una sociedad donde “el derecho se retiró” y “la justicia se puso lejos”, porque la verdad tropezó en la plaza.
El texto no es un diagnóstico arqueológico; es un espejo y reflejo. Cuando el poder convierte el derecho en una mercancía, Dios mismo —según el relato— deja de mirar complacientemente y exige un retorno radical a la rectitud. No hay teología ingenua ni romántica para justificar la perversión y corrupción del hombre actual, es un reclamo teológico directo.
Desde una mirada del saber ético jurídico, la justicia se sostiene en tres columnas: verdad, evidencia y deber moral. Cuando la verdad se negocia, la evidencia se manipula o el deber moral se diluye en burocracia, el edificio entero queda en ruinas.
Y la sociedad lo siente como escasez de esperanza y cinismo de la suprema corte de justicia. La gente percibe que la puerta del tribunal ya no protege al débil, sino que lo expone y entonces estalla la exigencia social para que usen bien la balanza.
La justicia no necesita más vendas. Necesita ojos entrenados para ver lo que conviene ver: la dignidad humana. Necesita operadores cuyo sentido ético no se venda por rapidez procesal ni aplauso político. Necesita que la balanza recupere peso moral.
Quizá el mayor desafío de nuestro tiempo no es reinterpretar a Themis, sino demostrarle que puede volver a mirar.
Las sociedades se reconstruyen cuando quienes administran justicia recuerdan que su primera función no es servir al sistema, sino a la verdad. Y cuando la verdad se honra, incluso los mitos comienzan a sanar. Y cuando la verdad asiste a la razón, Dios da paz y libertad en la nación, porque la verdad de Dios da libertad, por lo contrario, la mentira, manipulación e injustica, la agita y convierte en estallido e inconformidad social.