Voces

Ordena tu casa

Era las nueve cuarenta de la noche del domingo diecisiete de noviembre de dos mil veinticinco.

Mi esposa e hijas y yo veníamos platicando sobre la celebración dominical de la iglesia cuando una persona poco conocida se detuvo, nos saludó y dijo:

—Pastor Saúl, buenas noches. Vine a verle para pedirle si puede orar por mi único hermano. Le quedan pocos días de vida…

Entonces acordamos que lo visitaría el lunes a las siete de la noche.

Esta experiencia me hizo reflexionar sobre un pasaje de la Biblia ubicado en el libro de 2 Reyes 20:1, que dice:

“En aquellos días, Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías, hijo de Amoz, y le dijo: Jehová dice así: ‘Ordena tu casa, porque morirás y no vivirás’.”

La escena es tan humana que duele.

El rey Ezequías, enfermo de muerte, recibe el veredicto más frío que puede pronunciar un profeta:

“Ordena tu casa, porque morirás”. No hay vueltas para endulzar el mensaje; es directo, y eso es un recordatorio honesto de nuestra finitud.

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Frente a esa sentencia, Ezequías hace lo único sensato que puede hacer un moribundo lúcido: voltea su rostro a la pared y ora desde lo más profundo de su ser.

No negocia con Dios como un político en apuros, ni presume méritos artificiales.

Habla desde la vulnerabilidad verdadera, esa que todos recordamos tarde o temprano cuando el cuerpo se quiebra y el futuro se vuelve un borrador borroso.

Aquí aparece la chispa que incomoda y consuela: Dios escucha. No porque Ezequías fuera impecable —los textos bíblicos nunca endulzan sus contradicciones— sino porque la fragilidad humana siempre ha sido terreno fértil para la gracia. La respuesta divina no es un aplauso, sino un acto sobrio: “He escuchado tu oración… te añadiré quince años”.

Esa escena, breve pero intensa, expone un principio que solemos evadir: vivir es una concesión, no un derecho adquirido. Somos una sociedad que presume fuerza mientras se deshace por dentro. Corremos, producimos, exhibimos, opinamos… pero cuando la enfermedad toca la puerta o la muerte ronda la casa, todo el espectáculo se desploma. Allí, sin luces ni discursos, queda lo único que sostiene: la verdad sobre quiénes somos y en quién confiamos nuestra vida.

La petición de Ezequías nos recuerda que no existe oración pequeña cuando el corazón es sincero. Y advierte algo más profundo: no necesitamos esperar el anuncio de un final para ordenar nuestra casa, reconciliar relaciones o recuperar sentido. La vida no siempre concede quince años extra.

Ezequías oró cuando ya no tenía fuerzas para fingir. El desafío para nosotros es hacerlo mientras aún respiramos con plenitud, antes de que una pared blanca sea nuestro último confidente.

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Publicado por
Javier