Gustavo Adolfo Infante / Grupo Cantón
La depresión es, sin exagerar, uno de los grandes males del siglo XXI. Silenciosa, traicionera y profundamente incomprendida. Durante muchos años se pensó que era un capricho, una debilidad o simplemente “ganas de llamar la atención”. Hoy, por fortuna, figuras públicas de talla internacional han tenido el valor de decirlo de frente y sin máscaras. Ricky Martin, J Balvin y Alejandro Sanz han hablado abiertamente de sus episodios depresivos, de la ansiedad, del miedo y de la oscuridad que se puede vivir incluso teniendo fama, dinero y éxito.
Y ese es justo el punto: la depresión no distingue cuentas bancarias ni escenarios llenos. Puede tocarle a cualquiera. Ricky Martin ha confesado que hubo momentos en los que simplemente no quería levantarse de la cama; J Balvin habló de ataques de pánico cuando estaba en la cima de su carrera, y Alejandro Sanz ha reconocido que hubo etapas en las que la tristeza era tan profunda que no encontraba sentido ni siquiera a la música. Que ellos lo digan públicamente no los hace débiles, al contrario, los vuelve valientes y, sobre todo, ayuda a miles de personas que hoy saben que no están solas.
En ese mismo tenor de preocupación, la salud de Yolanda Andrade vuelve a encender las alertas. Yolanda ha sido internada nuevamente debido al problema neurológico crónico y degenerativo que padece desde hace aproximadamente tres años y que la ha mantenido alejada de la televisión y de su vida cotidiana. Ha buscado alternativas para mejorar su calidad de vida viviendo a nivel del mar: Mazatlán, Tulum y Los Ángeles han sido sus refugios con la esperanza de que su condición mejorara.
Todo parecía indicar que Yolanda iba avanzando, que había una luz al final del túnel, pero de pronto vino la recaída. Exactamente qué tiene, no lo sabemos, y tampoco nos corresponde especular. Lo que sí es un hecho es que su estado de salud es delicado y que necesita, más que nunca, respeto, silencio y buena vibra. Yolanda es una mujer fuerte, frontal, inteligente y con un carácter que no se quiebra fácilmente, pero incluso los más fuertes también se cansan. Desde aquí, el deseo sincero de que salga adelante.
Y en medio de tantas noticias duras, el teatro aparece como un refugio, una tabla de salvación emocional. La Ciudad de México se consolida, una vez más, como uno de los grandes destinos teatrales de este fin de año, tanto para quienes viven aquí como para quienes nos leen desde otros estados o incluso desde el extranjero. Hay opciones para todos los gustos y presupuestos.
Ahí está “Mentiras”, que sigue siendo un fenómeno imparable; todo lo que se presenta en el Centro Teatral Manolo Fábregas, que mantiene una cartelera sólida y variada; y una producción de gran formato que vale cada peso del boleto: “El Fantasma de la Ópera” en el Teatro de los Insurgentes, un espectáculo visual y musical de primer nivel.
El teatro, créanme, también cura. Nos hace reír, llorar, pensar y, aunque sea por un par de horas, olvidarnos de nuestras propias batallas. En tiempos donde la depresión y la enfermedad nos recuerdan lo frágiles que somos, el arte sigue siendo un bálsamo necesario. No dejen de ir al teatro este fin de año. El alma también necesita aplausos.

