El expresidente Andrés Manuel López Obrador reapareció recientemente, tras casi un año de silencio, con un mensaje sereno y reflexivo desde su retiro en Palenque. Durante 49 minutos logró algo poco común en la política contemporánea: ordenar la conversación pública sin estridencias, solo con ideas. Y entre ellas dejó una que merece especial atención para quienes formamos parte de la Cuarta Transformación: el humanismo mexicano.
López Obrador propone este concepto para nombrar el modelo que sustituyó al neoliberalismo —o “neoporfirismo”—, esa etapa en la que México llegó a ocupar el cuarto lugar mundial en multimillonarios mientras se profundizaba una desigualdad verdaderamente monstruosa. La 4T no fue solo un cambio de políticas; fue un giro civilizatorio: poner al pueblo en el centro de la vida pública.
En su planteamiento, el humanismo mexicano descansa en dos pilares fundamentales:
- La grandeza cultural de México, ese México profundo que sobrevivió a la conquista, al coloniaje y al racismo, y que sigue constituyendo nuestra principal reserva moral, identitaria y comunitaria.
- La fecunda historia política, las luchas que han impedido que ese México profundo desaparezca: la Independencia, la Reforma, la Revolución y, ahora, la Cuarta Transformación.
Ese es el corazón de Grandeza, su libro: desmontar la historia narrada desde arriba y colocar a los pueblos originarios no como postal folclórica, sino como base viva del país.
Sin embargo, desde la realidad concreta de estados como Quintana Roo, donde la desigualdad social convive con ecosistemas frágiles y presionados, podemos dar un paso más: es momento de proponer un tercer pilar para el humanismo mexicano.
Hacia un tercer pilar: sostenibilidad ambiental y territorial
Si aceptamos que el humanismo mexicano coloca al pueblo en el centro, entonces debemos mirar también los territorios donde ese pueblo habita: selvas, zonas costeras, ciudades turísticas desiguales, comunidades históricamente marginadas que pagaron el costo de modelos depredadores heredados por los gobiernos neoliberales del pasado.
La pobreza, la desigualdad y el abandono no son solo estadísticas:
- Se expresan en colonias sin drenaje ni manejo de residuos,
- En ciudades donde conviven hoteles lujosos y asentamientos precarios,
- En ecosistemas sobreexplotados por decisiones tomadas lejos del territorio y sin participación real de la gente.
Por eso, junto a los pilares cultural y político, podemos plantear un tercer pilar natural y necesario: la sostenibilidad ambiental y territorial, entendida desde la lógica del humanismo mexicano y no desde un ambientalismo de escritorio que olvida a las personas.
Este pilar implica al menos dos compromisos:
1. No romantizar la pobreza en nombre del medio ambiente.
No podemos frenar todo proyecto en territorios históricamente marginados con el argumento de “proteger la naturaleza”, mientras se mantienen intocadas las desigualdades que esas comunidades han padecido por décadas. “Primero los pobres” también significa primero los territorios olvidados.
2. Entender el desarrollo como convivencia, no como sustitución.
El debate no es entre naturaleza o gente. El verdadero reto es construir proyectos que minimicen impactos, restauren ecosistemas y generen bienestar tangible para las comunidades. Eso es coherente con la idea obradorista de que la paz es fruto de la justicia —también de la justicia ambiental y territorial.
La Sostenibilidad del Humanismo Mexicano, es por lo tanto, el horizonte ambiental que está construyendo la Cuarta Transformación. López Obrador lo resume con precisión:
“El gobierno tiene como objetivo garantizar el bienestar y la felicidad del pueblo. No estar al servicio de una minoría rapaz.”
Si a ese mandato le sumamos la responsabilidad de cuidar la casa común —nuestros territorios y biodiversidad—, la ruta para quienes hoy gobernamos es clara:
- No podemos permitir un regreso al modelo neoporfirista que ve la tierra como mercancía.
- Pero tampoco podemos caer en un ambientalismo que se limita a decir “no” sin ofrecer alternativas reales a las comunidades que necesitan trabajo, vivienda, servicios y oportunidades.
La Sostenibilidad del Humanismo Mexicano sería la articulación coherente de tres dimensiones:
- Cultural: orgullo de nuestras raíces, de nuestros pueblos y de su vínculo histórico con la naturaleza.
- Política: un Estado que gobierna para las mayorías y asume su responsabilidad social.
- Ambiental-territorial: proyectos que cuiden el patrimonio natural sin condenar a nadie a seguir viviendo en los márgenes del desarrollo.
Ese es el desafío que debemos acompañar en la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum: profundizar el humanismo mexicano incorporando una visión de sostenibilidad que no separe al pueblo de su territorio ni al desarrollo de la conservación.
Como servidor público en Quintana Roo, me quedo con una idea que sintetiza este momento histórico: no hay justicia social sin justicia territorial, y no hay justicia territorial si se toman decisiones sin escuchar a las comunidades, sin revisar los datos y sin reconocer los límites ecológicos de nuestros ecosistemas.
La transformación ya demostró que es posible reducir pobreza y desigualdad cuando se gobierna con el pueblo. El siguiente paso es demostrar que podemos hacerlo sin hipotecar el futuro ambiental del país.
Ese es, a mi juicio, el tercer pilar que hará verdaderamente sostenible —en todos los sentidos— al humanismo mexicano.

