Voces

Filosofía a sorbos: ¿Quién es el monstruo?

Mientras tomo el primer café del día, recuerdo mi lectura de Frankenstein de Mary Shelley.

Quizá porque, a pesar de ser una novela de 1818, parece hablarle con sorprendente nitidez a nuestra actualidad, donde lo extraño, lo extranjero, lo diferente, es con frecuencia rechazado antes de ser escuchado.

He visto la nueva versión en cine de esta novela de profunda raíz filosófica, el director Guillermo del Toro nos recuerda que Frankenstein no es una historia de terror, sino una reflexión radical sobre la responsabilidad, el abandono y el derecho del otro a tener un lugar en el mundo.

En su película, Shelley reaparece casi como un personaje: una autora buscando su voz, su identidad, su propio “yo” reflejado en la criatura incomprendida.

También el cineasta ha declarado sentirse muchas veces como ese ser extraño, la pregunta obligada es ¿quién no se ha sentido alguna vez el monstruo?

El filósofo Jaques Derrida, habla de la hospitalidad más allá de simplemente abrir la puerta: es aceptar al otro sin condiciones, incluso cuando su irrupción desestabiliza nuestra identidad.

Víctor Frankenstein se desestabiliza con la llegada de “el otro” rechaza al ser que emerge de sus manos desde el primer instante. No puede soportar lo que esa criatura revela de él mismo:

su soberbia, su temor, su incapacidad para responsabilizarse por la vida que ha generado.

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Shelley describe esta actitud en un fragmento de la novela, donde la criatura narra su primera experiencia con los humanos:

“Pronto percibí que la manera en que me miraban era de horror y de rechazo. No podía soportar la crueldad de aquellos seres que me despreciaban sin conocerme.”

¿No es esa, acaso, la lógica más antigua de la monstruosidad?

El monstruo surge cuando el otro no encuentra un lugar, cuando su mera presencia es leída como amenaza.

La criatura no nace monstruo; es convertida en uno por la mirada de quienes lo rechazan.

Derrida nos recordaría que no existimos sin otro, que la humanidad no reside en la apariencia ni en la perfección, sino en la posibilidad de acoger, de responder, de hacerse responsable.

¿Es posible que ser monstruo podría ser más que tener cicatrices o estar hecho de partes inconexas; ser incapaz de reconocer al otro?

Sugerencia para un buen café filosófico:

“Mi apetito de conocimiento se volvió un hambre insaciable; pero, al final, no fui yo quien encontró al mundo amable, sino el mundo quien me halló extraño y despreciable.” Frankestein, Mary Shelley.

¡Hasta el próximo cafecito!

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Publicado por
Javier