Hay decisiones de gobierno que no solo administran el presente, sino que modifican el mapa emocional, económico y social de un país.
La ampliación del programa Vivienda para el Bienestar, impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum, es una de ellas.
No estamos frente a una política más: estamos frente a una apuesta civilizatoria.
En México, donde más de 33 millones de personas habitan viviendas inadecuadas, construir un hogar digno es, literalmente, construir futuro.
El gobierno federal había asignado inicialmente 11 mil viviendas para Quintana Roo. Esa cifra —ya de por sí relevante— fue radicalmente transformada cuando la presidenta decidió aumentar la meta a 64 mil.
Ese salto no nació de la casualidad: fue resultado de voluntad presidencial, pero también de gestión, diálogo y cabildeo firme de la gobernadora Mara Lezama, quien supo colocar ante la Federación la magnitud real del rezago habitacional del estado.
¿Qué significa esto en términos reales?
64 mil viviendas equivalen a 64 mil familias, y bajo el estándar demográfico nacional, representan cerca de 230 mil personas que podrán pasar del hacinamiento, la renta voraz o la incertidumbre patrimonial a un espacio propio, seguro y estable.
Esas cifras no describen casas: describen biografías que cambian.
A nivel económico, la construcción de vivienda social es quizá la herramienta más poderosa —y menos comprendida— de la política pública moderna. Cada 100 mil viviendas generan alrededor de 180 mil empleos directos e indirectos.
Con la nueva cuota quintanarroense, hablamos de miles de empleos que irrigan obra, servicios, comercio, transporte y consumo interno.
No es gasto: es motor. No es subsidio: es multiplicador.
En seguridad, el impacto es igual de profundo. Un hogar propio reduce la rotación territorial, acorta trayectos, fortalece redes comunitarias, disminuye estrés, violencia intrafamiliar y vulnerabilidad social. Es una política preventiva, silenciosa y efectiva. A largo plazo, una vivienda formal es una muralla invisible contra la criminalidad, y cada escritura es un acto de pacificación urbana.
Pero hay un concepto que resume todo esto: prosperidad. No la prosperidad superficial del ingreso inmediato, sino la que se construye paso a paso, ladrillo por ladrillo: patrimonio, estabilidad, arraigo, movilidad social. Una casa digna convierte a una persona en ciudadano y a una familia en proyecto de futuro. Eso es lo que está ocurriendo ahora en Quintana Roo.
Claudia Sheinbaum no solo está entregando viviendas: está entregando certezas. Está insertando al Caribe Mexicano en la arquitectura nacional del bienestar. Está diciendo, con hechos, que la grandeza turística debe tener un reflejo social. Que la dignidad no es un privilegio, sino un derecho. Y cuando un gobierno construye donde antes solo se aspiraba, cuando levanta hogares donde antes había espera, entonces no está administrando: está transformando.
Las cifras pueden discutirse, los discursos pueden cambiar, pero hay una verdad que permanecerá: un país que invierte en vivienda no construye paredes… construye destinos.