Los mexicanos hemos perdido algo muy valioso: la educación cívica.
Antes, en las escuelas nos enseñaban civismo, lo que nos hacía más respetuosos y educados.
Aprendíamos a saludar, ceder el asiento a una persona mayor, con discapacidad o a una mujer embarazada; a dar el lado de la acera a los ancianos y a comportarnos con cortesía.
Íbamos a la escuela con el uniforme limpio, los zapatos boleados y con respeto hacia nuestros maestros.
En casa, no se levantaba la voz a los padres, se comía con buena educación y se ayudaba en las labores del hogar.
Quizás muchos crean que esas costumbres ya no son necesarias, pero hoy son más importantes que nunca.
Se ha perdido el respeto por los mayores, por los maestros y, en muchos casos, por los propios padres.
Algunos jóvenes responden con grosería, y los padres —temerosos de “lastimar su autoestima”— ya no se atreven a corregirlos. Así hemos caído en un relajamiento general de la educación familiar y social.
Los padres trabajan largas jornadas, y cuando los hijos regresan de la escuela muchas veces solo los recibe la persona que ayuda en casa.
Si el niño tuvo un mal día, si se peleó o solo quiere platicar, ya no encuentra ese abrazo ni ese momento familiar que antes era tan común.
Recuerdo cuando nuestras madres nos preguntaban: “¿Cómo te fue en la escuela? Lávate las manos que ya está la comida.”
Después nos ayudaban con la tarea, nos dejaban jugar con nuestros hermanos o nuestras mascotas, y al final del día dábamos gracias a Dios antes de dormir.
Hoy, el compañero de los niños es el celular o la tableta.
Ya no salen a jugar ni a convivir; pasan horas viendo contenidos que muchas veces no les aportan nada, o incluso los dañan.
Los padres, agotados, ya no controlan lo que ven ni con quién hablan sus hijos. Antes conocíamos a los amigos y a sus familias; hoy, los “amigos” viven detrás de una pantalla.
El cambio económico y la tecnología han transformado nuestra forma de convivir. Sin embargo, aún estamos a tiempo de retomar los valores del civismo, la educación y la cercanía familiar.
Debemos recordar lo más importante: cuidar a los hijos, fortalecer la familia y recuperar el respeto y la empatía que nos formaban como buenos ciudadanos.