Vivimos rodeados de discursos que pretenden iluminar, pero lo hacen desde la sombra y simulación. La frase popular “En el país de los ciegos, el tuerto es el rey” revela un diagnóstico incómodo: cuando la mayoría carece de visión —no solo óptica, sino moral, ética y crítica— basta ser “medio vidente” para reclamar autoridad. Es una denuncia contra la mediocridad institucionalizada y la facilidad con la que aceptamos liderazgos incompletos, distorsionados o abiertamente manipuladores y controladores.
Este proverbio, con una carga evidente de sarcasmo, pone el dedo en la llaga: ¿realmente seguimos a los mejores, o simplemente a los menos peores? En la fábula hindú de los seis ciegos y el elefante, cada hombre describe una parte del animal y concluye que su versión es la verdadera.
El elefante se vuelve una metáfora de la distorsión de perspectiva: cuando nos aferramos a una parte como si fuera el todo, lo que proclamamos no es verdad, sino una ilusión de certeza.
La psicología habla de “ceguera al cambio”, una tendencia natural a ignorar aquello que no encaja en nuestro campo limitado de percepción.
Y si esto opera en nuestra mente individual, con mayor fuerza afecta nuestra vida pública: aceptamos discursos incompletos porque confirman nuestros prejuicios o porque no estamos dispuestos a ver todo el cuadro, aun cuando ese cuadro muestra fracturas éticas, corrupción sistémica o violencia normalizada.
Ignacio Taibo II, en su novela El mundo en los ojos de un ciego, nos ofrece una crítica literaria de esta misma realidad:
“El ciego caminaba viendo el camino sin ver”. En otras palabras, seguimos avanzando sin ver a dónde vamos, convencidos de que basta el progreso, aunque sea sin dirección.
La Biblia también es clara al respecto: Jesús dijo en Mateo 15:14 que si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo. La advertencia no es religiosa solamente: toda sociedad guiada por ojos nublados, o peor aún, por ojos que no quieren ver, está destinada a su propio colapso ético y estructural.
Pensamiento para el bolsillo:
Ver no es solo tener ojos, sino disposición a la verdad, aunque duela.
Desafío práctico:
Identifica un “tuerto” que has seguido como guía en lo político, religioso o cultural. Pregúntate: ¿lo sigo porque ve más que los demás, o porque yo también elegí la sombra y el engaño? La lucidez comienza donde termina la complacencia.