Piense…
RAFAEL LORET DE MOLA
No faltarán los calificativos –el peor de ellos, acaso, el de genocida aunque no esté bien empleado–, para juzgar a la administración de enrique peña nieto. La prevaricación y la complicidad, con altos miembros de su gabinete como Gerardo Ruiz Esparza, Rosario Robles Berlanga y José Antonio Meade, han sido ampliamente registradas en un largo listado de desviaciones y cínicas inversiones con el visto bueno del sector privado. Los mexicanos disponemos de menos, los pobres son más y la elite de ricos se cierne al poder público. Otra vez, y no sé cuántas más, debemos hablar de la impunidad correosa que anula cualquier buena intención.
Pero, estoy seguro, el sello del régimen peñista, además de las matanzas conocidas –Tanhuato, Tlatlaya, Apatzingán, Vallarta y otras más, sin olvidarnos nunca de los normalistas “desaparecidos” de Ayotzinapa–, será el latrocinio permanente en contra del patrimonio colectivo y sin el más mínimo pudor para mantener las líneas a pesar de su aterrizaje en las pistas del crimen; digamos, como en el caso del socavón de Cuernavaca y la carta blanca emitida a favor del burócrata ladrón –y homicida culposo–, Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaciones.
Lo anterior va unido al lento desarrollo de las obras del aeropuerto capitalino, destinado a ser el segundo más grande del mundo después del impresionante campo aéreo de la capital china, pagadas prácticamente ya por lo que se vuelve inútil la perorata de Andrés sobre que no lo utilizará… lo que beneficiaría sólo a los constructores, Norman Foster y el yerno de Carlos Slim, Fernando Romero, quienes ya cobraron el 87 por ciento del costo inicial de la obra. Puede ser más, claro, pero los miles de millones ya se fueron a otras manos, las de los cómplices del mandatario sin escrúpulo. Golpe dado ni la mano de Dios lo quita.
Lo peor, para este columnista, es extender el fraude, mismo que anuncié desde hace tres años cuando “iniciaron” los trabajos de la gran obra de infraestructura del sexenio –a la par con la del calderonismo, el llamado puente Albatros sobre el Balsas que tanto benefició a los narcotraficantes que desembarcan sus mercancías en el puerto Lázaro Cárdenas–, anunciándose que sus beneficios serían transexenales, como si el tiempo también fuera pertenencia del PRI corruptor y sus aliados y “no militantes” asidos a la ubre presupuestal.
Para colmo, el mayúsculo peculado se origina en las llamadas Afores, donde se acumulan los fondos para el retiro que substituyeron a las pensiones poco eficaces en términos de macroeconomía, que fueron desviadas de su fin e invertidas para costear, hasta ahora, la mitad –el 47 por ciento–, de la magna obra que, además, está fincada sobre terrenos lacustres, en constante hundimiento, a costa de ejidatarios que percibieron una bicoca por indemnizaciones o ni siquiera eso. Los machetes se quedaron en los armarios; y no es albur.
Ningún derecho tenían peña y sus colaboradores para invertir el monto de los afores –más de tres mil millones de pesos al cierre de 2017–, en una obra pública a costa de los fondos de retiro y sin consenso de sus propietarios, los trabajadores que ahorraron sin opciones de hacer otra cosa, en el más severo de los daños pecuniarios contra los mexicanos.
¿Cómo puede defenderse una conducta pública como ésta?