Cuando Elon Musk tomó las instalaciones de su nueva empresa “X” como CEO, su primer acto presencial fue llegar con un lavamanos literalmente cargándolo para luego destrozarlo frente a todos.
La disrupción como línea de liderazgo estaba marcada. Pero el sentido común de los integrantes de la empresa antes llamada “Twitter” no lo entendía. Gritos e insultos salieron de algunos, otros renunciaron; más de uno lloraba porque su oficina con mesa de ping pong y puff inflables para tomar la siesta desaparecería.
Todos en la misma red social se quejaron de la locura del “Jefe” y el nuevo dueño respondía en el mismo espacio de la queja: ¡estás despedido! Parecía una falta de seriedad, una empresa que se iría a la borda; un caos que vaticinaba un evidente fracaso.
Musk aceptó toda serie de insutos y todas las renuncias sin chistar. Hasta que un día, después de despidos masivos, la red social dejó de funcionar. Un empleado no llegó y ahí sí, todo dejó de funcionar. A ese empleado lo fueron a buscar para renegociar su contrato y sus privilegios. El ingeniero operador era el único elemento valioso para la empresa que en su ausencia supieron su valía.
Ahora que Musk asesora al gobierno de Donal Trump y con la sacudida que está dando al mundo, tal pareciera que llegó con un el lavamanos para destrozarlo, incluido el T-MEC y el drama sobre lo que pasará con los aranceles cuando se pongan en marcha en cada país.
El problema es que tanto economistas, analistas y asesores de gobierno por muchos vaticinios, estadísticas y predicciones no le atinan a lo que está haciendo el Presidente de EEUU, que en apariencia le afecta incluso a su propio país. De loco no lo bajan.
Y es que sacar a todos los inmigrantes, hacer enojar a líderes de gobiernos, azuzar a empresarios; acusar a narcos de terroristas… Es precisamente la manera de ver quién sí tiene poder, capital y hace falta y con quién sí vale la pena sentarse a la mesa a negociar.
Aunque se diga que hay cabeza fría y no se agacha, no es suficiente, hay que subirla tantito más arriba para saber con quién realmente se está tratando. No siempre el Gobernante es el estratega.