Ayer tuve el privilegio de estar en un proceso de actualización para la elaboración de proyectos sociales de alto impacto de nueve de la mañana a cuatro de la tarde, a medida que el curso avanzaba podía ver el cansancio y estrés de algunos de los presentes.
A una de las presentes una compañera del curso se levantó y comenzó a darle pequeños masajes en el cuello y de rato en rato se auto masajeaba el cuello, y de pronto sacó unas pastillas y los ingirió y alguien le preguntó para que sirven tales pastillas; ella respondió que son para el estrés y que son muy buenas, y acto seguido se lo recomendó a las otras mujeres de la mesa de trabajo.
La casa de Betania olía a pan recién horneado y a especias.
Marta corría de un lado a otro: platos, agua, brasas.
Cada paso resonaba como un tambor que marcaba la urgencia.
Jesús estaba en la sala, y ella quería que todo fuera perfecto.
Pero la perfección se volvió un peso que la ahogaba y un estrés que la puso modo reclamo.
Desde el umbral vio a María sentada a los pies del Maestro, inmóvil, atenta. Marta sintió la punzada de la injusticia.
“Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola?
Dile que me ayude.” La queja salió mezclada de cansancio y ansiedad. Jesús levantó la mirada:
“Marta, Marta, estás inquieta y turbada por muchas cosas, pero solo una es necesaria.” (San Lucas 10:41-42).
Aquella frase no fue reproche, sino invitación.
Marta entendió que el ruido que la desbordaba no estaba solo en la cocina; también ardía en su pecho y la cargaba de frustración y enojo contra su hermana y esto llevo a reprocharle a Jesús.
El Maestro no despreciaba su servicio, pero le mostraba un camino más profundo: detenerse para recibir.
Hoy la ansiedad tiene otros nombres: agenda saturada, mensajes urgentes, miedo al fracaso, estrés laboral.
Como Marta, podemos pensar que la solución es hacer más.
Pero la voz de Cristo sigue diciendo que hay un “solo necesario”: sentarse, escuchar, respirar en su presencia, descansar y recuperase del agotamiento en su presencia.
Pensamiento para el bolsillo
La ansiedad nos empuja a controlar; la fe nos enseña a descansar.
La calma no es pasividad, es confianza en que Dios sostiene lo que nosotros no podemos.
Desafío práctico de la semana
Detenga su día por diez minutos.
Cierre los ojos, nombre en silencio lo que le inquieta y entréguelo a Dios.
Permita que la Palabra quizá solo una frase de un salmo sea la silla a los pies del Maestro donde su corazón aprenda a respirar y estar en silencio.